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Tócala de nuevo, Gay

Tócala de nuevo, Gay
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El maestro del periodismo Gay Talese ha vuelto con un libro potente y perturbador. Acaba de presentar “El motel del voyeur” (Editorial Alfaguara), una historia que nació cuando un hombre de Colorado le envió una carta en 1980 y le confesó que regenteaba un motel para dar rienda suelta a su condición de voyeur. La publicación del libro, que se basó en los apuntes que durante años hizo el voyeur, le generó a Talese no pocas incertidumbres y varios cuestionamientos.

En este nuevo libro, Gay Talese construyó un relato que fue tejiendo con paciencia de orfebre durante casi 30 años. En 1980 recibió una carta que comenzaba diciendo: “Querido señor Talese: Durante mucho tiempo he querido contar esta historia, pero no tengo talento suficiente, y me da miedo que me descubran”.  Supo que el firmante de la misiva se había comprado un motel y que en los conductos de ventilación instaló una “plataforma de observación” a través de la cual espiaba a sus clientes. “Lo hice tan solo por mi ilimitada curiosidad acerca de la gente y no únicamente como si fuera un voyeur perturbado. Es algo que he hecho durante los últimos quince años y he llevado un diario escrupuloso de la mayoría de los individuos que he observado, compilando interesantes estadísticas sobre cada uno”, rezaba la carta. Sobre el final le ofrecía al escritor no solo poner el material a su disposición sino, además, invitarlo a “inspeccionar el motel y sus actividades”.

Intuyendo que aquellas líneas casi anónimas escondían una historia sorprendente, Talese viajó a Colorado, donde estuvo tres días, y conoció entonces a Gerald Foos, “el voyeur”, quien le hizo una demostración práctica de lo que le había adelantado en la carta. Y aún más: el hombre compartió con él una suerte de diario donde registraba “las costumbres sociales y sexuales de su país”, construidas en base a la constatación empírica de mirar a través de los ductos las costumbres más íntimas de los huéspedes. Talese se negó al principio a aceptar la condición de anonimato que exigió Foos. Y aún más: dudaba en confiar en él. Pero inevitablemente la situación lo llevó a una frase que incluyó en uno de sus propios libros: “Casi todos los periodistas son incansables voyeurs que ven los defectos del mundo, las imperfecciones de la gente y los lugares”.

Antes de separarse en aquella visita de 1980 Foos y Talese firmaron un contrato de confidencialidad. Si todo lo visto, oído y leído era ya de por si atractivo para ponerse delante de la máquina de escribir y empezar a aporrear sus teclas para transformar en libro aquella experiencia, un suceso la transformó en irresistible: el voyeur había sido testigo de un asesinato que nunca había contado. El incidente se relata a partir de la página 159. Talese cuenta que la habitación 10 había sido ocupada por “una pareja blanca, joven y atractiva”, según anotó Foos en su bitácora. Luego de varias noches donde dieron muestras de “una vigorosa vida sexual”, a la habitación comenzaron a llegar visitantes ocasionales a comprar drogas. Entonces Foos decidió tomar parte e hizo algo que ya había hecho antes con algunos narcotraficantes que habían pasado por las habitaciones de su motel y que, naturalmente, él había espiado. Cuando no estaban los huéspedes, entró a la habitación 10 y tiró toda la droga (diez bolsas de marihuana y pastillas variadas) al wáter. Cuando volvieron la historia tuvo un giro inesperado. El hombre inculpó a la mujer por la desaparición. Primero la insultó y luego la abofeteó mientras le reclamaba qué había hecho con las drogas. La mujer se defendió con una patada entre las piernas de él y el hombre respondió tomándola del cuello y estrangulándola. Luego se asustó, recogió sus pocas cosas y se marchó. Foos observó escondido que la mujer aún respiraba, por lo que intuyó que estaba viva. Entonces se volvió a su oficina. Al otro día, por la mañana, una de las limpiadoras entró corriendo a su oficina gritando que en la habitación 10 había una mujer muerta.

Talese tomó contacto con los detalles de la historia seis años después del crimen. “Telefoneé a Foos para preguntarle sobre la situación. – escribe en el libro -. Quería averiguar si se daba cuenta de que, además de haber presenciado el asesinato, quizás, en cierto modo, lo había provocado. Se mostró reacio a hablar más allá de lo que había registrado en su diario”. El escritor se sintió desconcertado y hasta un punto cómplice por no revelar los detalles de la historia. Mientras la investigación sobre la muerte de la mujer avanzó durante varios años sin resultados alentadores para dar con el asesino, Foos siguió espiando huéspedes y fue testigo de “otras instancias del comportamiento humano desagradables o aterradoras”, entre las que anotó el robo, incesto, bestialismo, violaciones y explotación sexual.  Los incidentes no se agotaron. Debió registrar un suicidio (un hombre se disparó con una pistola), una muerte por ataque cardíaco y un robo y posterior asesinato de un hombre que se hospedaba con su familia.

Para cuando Talese – nacido en Nueva Jersey en 1932 – recibió la carta de Foos con la propuesta de visitar por primera vez el motel, ya tenía un buen camino recorrido en el periodismo. Había trabajado entre 1956 y 1965 en el New York Times. A pasos agigantados se fue transformando en una de las cabezas más visibles del llamado “nuevo periodismo” junto a Tom Wolfe, sobre todo a raíz de la publicación de un artículo llamado “Frank Sinatra está resfriado”.  Luego de conocer a Fooss, Talese no se mostró demasiado entusiasta con lo que veía. Pero de todas maneras el voyeur se mantuvo en contacto y le envió con cierta periodicidad el resultado de sus insólitas “investigaciones”. Devenido en una especie de sociólogo sin título, Foos arribaba a algunas conclusiones que, de no mediar el detalle de que los datos que le daban vida salían de una observación sistemática de la conducta íntima de los clientes de su motel, bien podrían tener ribetes de veracidad. Entre otras, que el sexo oral aumentó a raíz del gran impacto que causó el filme “Garganta profunda” (1972).

El libro y el propio procedimiento de Talese fue puesto en tela de juicio, incluso cuando ya se había anunciado que el director Steven Spielberg había comprado los derechos para transformarlo en una película.  Por eso mismo, al final de este “El motel del voyeur” el autor se refiere a una serie de reportajes que publicó el diario Washington Post y que en su momento sembró de dudas sobre todo las fechas en las que Gerald Foos dijo ser propietario del motel. Foos lo vendió, pero el nuevo dueño le permitió seguir teniendo “acceso permanente al motel”. Foos lo volvió a comprar en 1988 y lo tuvo hasta 1995. Dice Talese al respecto: “Como ya dejé claro en la primera edición de este libro, Foos era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda un voyeur épico. Los sucesos que afirma haber presenciado como voyeur, las escenas relatadas en su diario y en este libro, tuvieron lugar, en su totalidad, antes de mi visita de 1980. Y antes de la primera venta del motel. Debido al reportaje del Washington Post, en esta edición se han introducido una serie de cambios de escasa importancia. Por lo demás, el libro permanece tal cual”.

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