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Un cuarto propio

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O la tensión entre la afirmación y la interrupción de “lo femenino”

Una característica central de todo pensamiento conservador, no vamos a decir nada nuevo, es la defensa de un cierto orden jerárquico en base a la “naturaleza”. Los roles sociales están determinados de acuerdo a algunas características que pueden ser biológicas. La capacidad reproductiva de las mujeres, por ejemplo, ha sido determinante para justificar su subordinación al espacio doméstico. Sobre esa situación se construye un orden material y simbólico que ajusta la situación. Una forma de habitar el espacio doméstico, y un conjunto de roles inherentes a la maternidad y los cuidados determinan una situación que solo se puede modificar si se cambian algunas condiciones materiales y simbólicas. En esa línea parece ir el ensayo de Virginia Woolf Un cuarto propio, publicado hace casi un siglo, en el que la escritora propone, entre otras ideas, que para que las mujeres puedan dedicarse a escribir deben tener independencia económica y, como dice el título, “una habitación propia”.
El título del ensayo de Woolf también es el de un espectáculo del colectivo La Tijera que continúa la línea de investigación de Mujeres que cantan, espectáculo multidisciplinar estrenado en el año 2020 en una casona de la Ciudad Vieja montevideana. Aquel espectáculo reunía a ocho mujeres interesadas en reflexionar sobre “lo femenino” y “la femineidad”. En el proceso surgieron algunas afirmaciones que pensaron como hipótesis de trabajo, estas son: “En la femineidad hay algo que se porta, hay algo que se performa, algo que se combate, algo que se desea, y no hay nada, la femineidad no existe”.
Mujeres que cantan derivó en la intención de traducir escénicamente algunos conceptos de la filósofa chilena Alejandra Castillo, quien trabaja sobre “la política de acción afirmativa y la política de interrupción como dos políticas dentro de los feminismos” según cuenta a Voces Estíbaliz Solís. Esas políticas están pensadas “para afirmar determinadas cosas a propósito de la visibilidad de las mujeres en la historia por un lado, y por otro para interrumpir determinados roles de género”. Las intérpretes de Mujeres que cantan trabajaron en la “traducción” de esas ideas para las políticas feministas a procedimientos escénicos, cada una en su propia habitación.
Una de las habitaciones de Mujeres que cantan era la de Paola Larrama, quien trabajó con relatos de sus abuelas, relatos que hoy están integrados a Un cuarto propio. “La habitación de Paola -continúa Solís- tenía una duración de 10 o 12 minutos y era, al igual que todas las habitaciones, una instalación audiovisual donde están estos relatos contados. Paola simplemente habitaba su habitación y el público pasaba por allí. Luego decidimos tomar esa habitación y trabajarla para construir un espectáculo completo a partir de allí”.
Estíbaliz Solís es costarricense, y su propia experiencia fue relevante para pensar en cómo, más allá de los contextos diversos, algunas cosas se repetían. Al momento de decidir continuar la investigación ya vivía en Chile, por lo que para materializar el trabajo postularon a Iberescena. Esto permitió una residencia de Larrama, Mavi Parada y Karen Halty, junto a Solís, en la capital chilena y en la ciudad de Chillán, en la región de Ñuble. La residencia consistió, entre otros trabajos, “en realizar encuentros y entrevistas con diferentes mujeres trabajadoras, que son las mujeres que aparecen en los videos de la obra. Con ellas conversamos largo rato y lo que encontramos de relación entre los relatos que había escrito Pao en el primer momento de Mujeres que cantan y estas mujeres nos expandió un poco la perspectiva respecto a la relación con el tiempo y esta idea de estar trabajando constantemente”. Las relaciones amorosas y el vínculo con el trabajo y el tiempo también aparecieron en una serie de entrevistas que la audiovisualista Sasha Zuwolinsky realizó en Costa Rica a la madre y a la tía de Solís.
Escritas la historias se pasó a trabajar en el dispositivo escénico que culminó, para el público montevideano, en la habitación instalada en La Madriguera la semana pasada. El tránsito por el espacio nos hacía rodear una cama, de una plaza, que aparecía a su vez rodeada de objetos característicos de tareas “femeninas”. Una tetera, instrumentos de tejido y de costura, un vestido colgado en la pared o una máquina de coser devenida en instrumento de escritura poblaban un espacio que se nos apareció como suspendido en el tiempo. Libros de Virginia Woolf o de Silvia Federici, entro otros, tensionaban el significado de esos objetos. Porque lo más interesante del espectáculo, para quien escribe por supuesto, fue que no aparecía una negación explícita de ese “universo femenino” que se sugiere a través de los objetos mencionados. En el cuarto propio, individual, siguen habitando objetos que han constituido esa “femineidad” que se investiga. Si esos objetos simbolizan una forma de opresión, no parece que negar su existencia vaya a modificar la situación. El “ensayo escénico” parece ir por otros carriles, por “conservar superando” quizá. La continuidad entre las historias que se proyectan sobre las paredes de la habitación y esos objetos instalados en el espacio se entreteje con textos feministas que quizá resignifiquen esos signos. El trabajo continuo, ese que propone una forma distinta de interpretar el tiempo, puede ser una clave para entender el funcionamiento del capitalismo, por ejemplo. La analogía entre el comportamiento de algunos animales y la forma en que se relacionan algunas parejas más que afirmar la continuidad de mundos la pone en cuestión. Las mujeres de generaciones anteriores aparecen portadoras de un saber que parece quererse integrar en el de las artistas que lo traen al presente. Qué de ese saber o de ese comportamiento se “afirma” y qué se “interrumpe” es lo que parecen preguntarse en Un cuarto propio. Sin imponer respuestas.
El cuerpo y la voz de Larrama parecen ser un punto de encuentro entre las diversas historias que se construyen en el tiempo que compartimos la habitación. Pero como subrayando ese hecho el cuerpo y la voz de Karen Halty sostienen y duplican algunos movimientos. En particular algunos bellísimos arreglos vocales multiplican una voz que, materializada en el espectáculo, busca representar, o quizá sea mejor decir evocar, a generaciones de mujeres que nunca fueron dueñas de su espacio y de su tiempo.

Un cuarto propio. Dramaturgia y composición musical: Paola Larrama. Dirección y colaboración dramatúrgica: Estíbaliz Solís. Intérpretes: Karen Halty y Paola Larrama. Creación coreográfica y movimiento: Rocío Celeste. Visuales: Mavi Parada. Iluminación, escenografía y vestuario: Analía Valerio y Natacha Chauderlot. Fotografía: Carolina Acosta.

El itinerario montevideano de Un cuarto propio se completó la semana pasada. Del 6 al 8 de julio estarán en el Espacio Imagina de la ciudad de Paysandú a las 20:00.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.