Un edil pobre diablo por Cristina Morán
Este podría ser un cuento. El cuento de un “pobre diablo” que habiendo quedado huérfano de padre con apenas 11 años entendió que había que hacer unos pesos (no de “canuto”, claro) para contribuir con la economía familiar, sino trabajando y empezó a vender caramelos en un ómnibus y en otro y en otro, y más tarde “el pobre diablo” ingresó a la marina y cuando apenas lo separaban un par de años de un ascenso se rebeló y se fue. Entonces Juan López (que así se llama el “pobre diablo” protagonista de esta historia) comenzó a militar en política y en filas del partido nacional, seguramente prendado de la gesta de Aparicio Saravia creador de la divisa que él, dentro de su humildad, decidió abrazar. Según quienes lo conocen de cerca dicen que Juan es gritón pero buena persona que un día se integró a la lista de un correligionario y junto a otros compañeros y por el voto “de la gente”, como a él le gusta decir, llegó a un ocupar en la Junta Departamental de Canelones su lugar en condición de edil nacionalista. De un día para otro Juan López pasó a ser la piedra del escándalo cuando, luego de pensarlo y de hablar con el Intendente de su departamento “una sola vez, después del referéndum” tomó la decisión de dar su voto, el que faltaba, para obtener un fideicomiso por 44 millones de dólares”. Juan dijo lo que a cambio le pidió a Orsi: “una terminal de ómnibus en el barrio Obelisco; una obra en el Barrio Rossi de La Paz y una obra importante para cada alcaldía del partido nacional”. Entonces ardió Troya y alrededores que no salvarán ni siquiera el fideicomiso del escándalo. Fue cuando Juan López pasó a ser “cuatro de copas”, “traidor”, “pobre diablo” y Juan, de profesión mecánico, siente que “como soy un cuatro de copas o no tengo respaldo ni económico ni político se puede hacer todo este tipo de cosas.” Fue echado de Alianza Nacional y le pidieron la banca con la amenaza de hacerle juicio político. El “colorín colorado este cuento se ha terminado” no aplica en este caso porque sin duda continuará después de esta semana de turismo o ciclista o santa. Esta columnista no está opinando sobre el fideicomiso, ni sobre Orsi, ni nada que tenga que ver sobre el hecho netamente político. A esta columnista le importa, le interesa la parte humana de las cosas y se detiene en el senador Sebastián Da Silva, un hombre de palabra rápida y sin duda descontrolada porque no tiene reparos en acusar a uno de “comprar votos de canuto, en secreto”, y “cuando hay una compra de votos evidente como esta, hay un pobre diablo que vende su voto.” No conforme con agraviar a su correligionario y al de la oposición, este señor, amparado, desde luego en sus fueros parlamentarios, dijo que “contratará a dos abogados y a un ingeniero con la finalidad de hacer “un seguimiento muy detenido” de los 44 millones de dólares aprobados en Canelones a través de un fideicomiso. Da Silva los viejos, como yo, vivimos otros tiempos y conocimos otra calidad de parlamentarios. Tal vez dijeran o hicieran cosas más feas que las que usted muestra en sus opiniones y acusaciones. Pero, claro, había una gran diferencia: tenían clase. Y eso no se logra cuando se llega a ocupar un lugar importante como el suyo. Es otra cosa. Hasta la próxima. Que seas feliz.
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