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Un ejemplo más que deportivo por Onofre Laborde

Un ejemplo más que deportivo por Onofre Laborde
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Existe gente que demuestra grandes valores y principios orientados al compañerismo, el trabajo, la solidaridad. Compartiré la historia de un jugador que hace mucho más que varios que hablan.
Sadio Mané es un competidor de fútbol senegalés nacido en 1992, actual delantero en el Al-Nassr F. C. de la Liga Profesional Saudí. Ganador de la Liga de Campeones, la Premier League, la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes con el Liverpool (entre 2019 y 2020); campeón de la Liga de Austria con el RB Salzburg; Bota de Oro de la competición liguera inglesa; nominado al Balón de Oro en 2019; MVP de un partido del Mundial de 2018 (ante Japón); dos veces galardonado como el mejor futbolista de los torneos británicos para la Asociación de Futbolistas Profesionales; o un subcampeonato en la Copa de África.
Pero al joven no se le conoce solo por su juego y éxito deportivo, también por su gran solidaridad. El futbolista ha expresado en algún que otro momento: «Nací en un pueblecito de Senegal llamado Bambali. Se me consideraba el mejor jugador del pueblo, pero nadie en mi familia quería que fuera futbolista. Y yo estaba totalmente convencido de que cuando me fuera del pueblo podría ser futbolista. Lo único que me preocupaba era cómo», relata Sadio en el clip promocional del documental ‘Made in Senegal’ que describe su intensa vida.
Manè convivió con la extrema pobreza de su aldea, en su región natal, Casamance. Y con la aparente negación de sus sueños que la fortuna que le había deparado al colocar su nacimiento en tal enclave. Su infancia la pasó trabajando en el campo, como un campesino más que participaba de la batalla diaria por sacar adelante a su familia. Sin zapatos, hambriento y desprovisto de un horizonte visualizable, se empeñaba en sacar ratos para jugar a la pelota. Con un balón destrozado. Y esas escapadas inocentes se transformarían en su profesión. En el sustento de sus padres y en la esperanza de todo un país.
Y desafió a su comunidad al fugarse hacia Dakar. En la capital senegalesa se la jugaría a una carta, después de haberse subido a un autobús sin decir nada a nadie salvo a su mejor amigo. Su familia tardó dos semanas en localizarle y cuando lo hicieron le ordenaron volver. Mas, se ganó la consideración de sus progenitores y un año más tarde le dejaron volver a intentarlo. De vuelta en Dakar, cientos de niños concurrían con la misma necesidad y anhelo: arrancar un hueco entre los captadores de talentos y, de paso, allanar la senda de la supervivencia familiar. Con esa presión sobre los hombros no sólo superó las pruebas. Tratado con desdén cuando llegó a aquellos hervideros futbolísticos por lo erosionado de su vestimenta y zapatillas, narra, cuando entró a la arena del terreno de juego iluminó su estatus. Y cuando salió ya tenía equipo. Entró, en volandas, en la academia de fútbol de Dakar. Donde le proveerían de unas botas no raídas de una oportunidad.
Metz, Salzburgo, Southampton y Liverpool. Ese ha sido su recorrido meteórico. Conectando a las mil maravillas con las clases bajas de cada cuidad en la que fue a jugar al fútbol. Y es que su vocación solidaria ha quedado patente en su aportación a las comunidades en las que ha vivido. Cuando ganaba para llegar a fin de mes y ahora que dispone de decenas de millones de euros en el banco.
Para el programa ‘Talents d’Afrique’, del canal senegalés TeleDakar, Sadio compartió esta reflexión para el recuerdo: «Para qué querría 10 Ferraris, 20 relojes de diamantes o dos aviones? ¿Qué harán esas cosas por mí y por el mundo? No necesito coches de lujo, casas de lujo, viajes ni mucho menos aviones. Prefiero que los míos reciban un poco de lo que la vida me ha dado». Y añadió esto: «Yo pasé hambre, trabajé en el campo, jugué descalzo y no fui al colegio. Hoy puedo ayudar a la gente. Prefiero construir escuelas y dar comida o ropa a la gente pobre».
Lo cierto es que se ha sabido que en su región natal ha construido un estadio, una escuela, financia la construcción de un hospital, promociona el desarrollo educativo de los niños y las condiciones laborales de los profesores, y entrega mensualmente 70 euros a cada una de las familias de su barrio para «ayudar a la economía familiar». «Cuando tenía siete años, mi padre falleció. Tuvo un fuerte dolor de estómago y, como no había hospital en mi aldea, se lo tuvieron que llevar a otra. En el trayecto, empeoró y murió», ha señalado a comienzos de 2020 al, respecto, en una charla concedida a Canal+Africa.
Cuando vuelve a su país, idolatrado, pregona la importancia de la educción y la salud. «Hay que soñar en esta vida. Todos tenemos derecho a soñar», repite. Y si es necesario ocupa 12 de horas de vuelo, en plena temporada de fútbol en Europa, para jugar con su selección un amistoso en Singapur. ¿Por qué acumular tanto cansancio en detrimento de su club? «Es nuestro trabajo y estoy orgulloso de defender la camiseta de mi país», respondió, tras lograr un histórico empate a uno entre Senegal y Brasil.
En su momento, Mané donó 693.000 dólares a la construcción de un hospital en su ciudad de nacimiento. La estrella africana, que no falla en su entrega de alimentos, ropa y zapatos a los habitantes, financió el proyecto sanitario.
Sin dudas uno reflexiona y piensa sobre el mundo actual que vivimos, y como hay gente con tanto dinero y tan poco tenor humano, no solo desde la política se puede hacer obras y ayudar, también desde el deporte, el cine, la música, y desde el propio bolsillo, no con la ajena. ¡Grande Mané!

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