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Un juego de espejos literario

Un juego de espejos literario
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Luego de nueve años desde su última novela, Alejandro Dolina acaba de publicar un nuevo libro. Se trata de “Notas al pie”, donde plantea una serie de singulares textos teñidos de filosofía, historia, mostrador y, naturalmente, una buena dosis de humor.

“Una trama subterránea poblada de situaciones inéditas y personajes de lo más variopintos”, se dice sobre este “Notas al pie” que acaba de publicar Alejandro Dolina. Sobre el autor, que siempre resulta difícil de “definir”, puede decirse que se desdobla entre escritor, músico y cantante. Y, sobre todo, que ha ganado popularidad a ambos lados del Río de la Plata por su programa nocturno “La venganza será terrible”, que lleva adelante desde hace más de 30 años.

Dolina ha escrito los libros “Crónicas del Ángel Gris” (1988), “El libro del Fantasma” (1999) y “Bar del Infierno” (2006), que han alcanzado una extraordinaria difusión tanto en la Argentina y en Uruguay. También es autor de Radiocine (2002), una recopilación de historias musicales escritas para la radio. En 2010 publicó su primera novela, “Cartas marcadas”, que resultó un enorme éxito de ventas. Compuso numerosas canciones e integró distintos grupos como director y arreglador. También escribió la música y los textos de las comedias musicales “Teatro de medianoche” y “El barrio del Ángel Gris”. En 1998 grabó la opereta “Lo que me costó el amor de Laura” con la participación de artistas como Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Ernesto Sábato, Les Luthiers y Sandro –entre otros–, acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional. En 2000 fue llevada al teatro y obtuvo el premio Argentores a la mejor obra del año

En este “Notas al pie”, editado por Planeta, como bien señala la reseña de difusión, plantea “una arquitectura exquisita” que solo su maestría y sensibilidad son capaces de sostener. La historia se centra en las consecuencias a propósito de la muerte del escritor Sergei Vidal Morozov, su casa editorial le encarga a Franco de Robertis una edición anotada de cuentos póstumos. La elección no es casual: De Robertis ha sido, a lo largo de gran parte de la carrera del reconocido autor, su colaborador más estrecho, un subordinado intelectual –también emocional– en una relación que, como sostiene el propio anotador, tiene “la edad de su memoria”. Sin embargo, una vez lanzado a su métier, las cosas parecen salirse de cauce, y aquello que de entrada estaba planeado como una tarea panegírica cede el paso a una inesperada incontinencia textual. De Robertis destila en sus notas una historia otra que poco parece tener que ver con el libro madre. Una trama subterránea poblada de situaciones inéditas y personajes de lo más variopintos: el mismísimo Morozov y un documental hecho con un grupo de niños actores, amores cruzados, un diamante maldito, traiciones, secretos, celos, luces y sombras. Literaria, teatral, policial, infinita, alucinada, profunda y a la vez divertida: así es Notas al pie, la nueva novela de Alejandro Dolina. Un universo con sus propias reglas que se despliega frente al lector como un juego de cajas chinas”.

Hace unos días, en una nota para la emisora radial argentina AM 750, Dolina dijo que “sufría” mientras escribía. «Yo sufro mucho mientras escribo. Después, haber escrito produce una sensación grata. A veces. Especialmente si el libro te sale más o menos bien». Que un libro te salga bien quiere decir que esté a la altura de lo que vos podés hacer». Y agregó: “A mí me parece un gesto de soberbia esos tipos que dicen ‘bueno, uno siempre aspira a más’. Este libro no pudo haberme salido mejor, pero no es que sea tan bueno el libro, es que uno tiene sus límites. Entonces hay que aceptarlo y aprender a decir ‘bueno, no está tan mal’. Es un libro que me pone contento haberlo escrito».

“Notas al pie” es un relato que profundiza, en gran medida, sobre la vejez y la sabiduría. Con un relato cuya “arquitectura” resulta un juego de espejos en el que el lector no puede más que dejarse atrapar. En una nota para Infobae, Dolina dijo al respecto: “La intención fue que esa tensión se construyera de manera gradual. Ojalá haya pasado: no estaba seguro cuando lo escribía y tampoco lo estoy ahora. Sería bueno que la tensión estuviera en su grado justo todo el tiempo, y si me salió, fue de casualidad (Risas). Fue mucho ensayo y error. Muchas veces, durante el proceso, leo lo que escribo y pienso: esto es insoportable. Eso pasa cuando uno sobreescribe o mantiene tirante el argumento demasiado tiempo. El libro tiene una cantidad importante de personajes que juegan en historias paralelas y por eso se corrió el riesgo de que fuera un poco un pan dulce. Nos salvamos raspando”.

Respecto a la presencia en este libro de géneros tan disímiles como lo policial, el teatro y el humor, comentó: “Conviven en mí. Suelo utilizar el humor para evitar caer en cierta solemnidad, y me esfuerzo, también, en no abusar del humor. Sor Juana Inés de la Cruz decía que el amor es como la sal: daña su falta y daña su sobra. Yo diría que el humor es así: daña su falta. Los escritores que viven con el ceño fruncido no van. Pero mucho peor son esos tipos que no dejan pasar una chance de ser chistosos; hay que resistir mucho la tentación del chiste fácil. El humor es el que ofrece mayor riesgo de sobredosis. Prefiero un humor que no aparezca evidente en su intención, pero que al cabo de una suma de acontecimientos simultáneos nos haga caer en la cuenta de que estamos viviendo una situación absurda. Hay una escena de la novela en que aparece el padre de Morozov en una situación de muerte cerebral: está vivo pero no escucha, ni habla. No se comunica. Está el amigo de Morozov que hace la promesa de no hablar, bajo un voto de silencio. Casualmente Morozov va a visitar a su padre en compañía de su amigo, y están absolutamente incomunicados los tres. Es una locura completa: tres tipos que no se comunican, que da lo mismo que no estuvieran, y a su vez están. Es una escena absurda y también tiene cierta tristeza, porque es una metáfora del patético intento que hacemos los seres humanos para comunicarnos”.

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