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Un Loco en el fútbol que ostenta su mediocridad por Gerardo Tagliaferro

Un Loco en el fútbol que ostenta su mediocridad por Gerardo Tagliaferro
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A mediados de 1990, César Luis Menotti vino a Uruguay a dirigir a Peñarol. Lo primero que hizo al llegar fue ir a ver a su nuevo club al Estadio Centenario, antes de hacerse cargo. Cuando salió, dijo ante los periodistas: “Ustedes los uruguayos hacen ostentación de la pobreza. No se puede jugar al fútbol profesional en una cancha como ésta”. Hablaba del principal escenario deportivo del país, no del Ubilla o del Paladino, y se refería a un campo que, por entonces, era verde solo en los banderines del córner. Lo demás era tierra aplanada.
Las canchas uruguayas, más de 30 años después, han mejorado y este Centenario en particular es bastante más potable que aquel. Pero no hay caso, el fútbol uruguayo sigue ostentando su pobreza y, por si con eso no alcanza, también su mediocridad. Basta repasar tres perlitas del pasado fin de semana.
1) Peñarol pierde feísimo en Brasil en su debut por Copa Sudamericana y su técnico -un hombre que se hizo conocer como DT hace 10 años con una propuesta lírica de fútbol ofensivo con la que Wanderers estuvo a un penal de ser campeón uruguayo en 2014- no encuentra otra alternativa que poner otro “contención” en la mitad de la cancha y jugar con tres 5, contra Cerro Largo.
2) El partido entre el primero y el segundo del campeonato uruguayo se juega en un estadio que estuvo cerrado durante 10 meses para dotarlo de una verdadera cancha de fútbol, a un costo muy importante y con un escándalo en el medio por contrabando de césped (sí, parece joda). Menos de un año después de ser reinaugurado en mayo de 2022, hoy la cancha es nuevamente un campito de barrio, igual o peor que antes, en el que la pelota salta como un conejo.
Sin embargo, en la transmisión de televisión, el único comentario acerca del estado de la cancha es uno del comentarista, casi al final del partido, cuando lo cita para asegurar que eso no es obstáculo para jugar mejor. No se precisa haber jugado en el Camp Nou o en Anfield para saber que el estado del campo incide en el juego, solo se necesita haber pisado una cancha cualquiera, una vez en la vida aunque sea.
3) El juez del partido en Melo cobra un penal a los 94’ y el VAR lo convoca para revisarlo. En el mundo futbolístico desarrollado un árbitro solo puede ser convocado por el VAR para rever una decisión si ésta es, a juicio de quienes están en la cabina, manifiestamente errada. Si hay dudas, siga siga y vale lo que determinó el juez. Pero en Uruguay, una jugada claramente de interpretación, a la que el árbitro inicialmente consideró falta, es revisada por éste a instancias del VAR y cambia su decisión. Nadie puede argumentar de buena fe, en apoyo al cambio de criterio, que “claramente no fue penal”. Fue dudoso, para un lado y para el otro. Y esto, a mi juicio, no tiene nada que ver con ninguna conspiración contra Peñarol ni ninguna de esas tonterías, es solo una cuestión de mentalidad. En la Premier Ligue a nadie se le hubiera ocurrido que el VAR debía llamar al árbitro para que revisara una jugada así.
Ante una derrota: más destrucción, más picapiedras, menos fútbol.
Ante la pobreza: incompetencia, despilfarro y más pobreza. Y ante la incompetencia y el despilfarro, complacencia y ocultamiento.
Ante la duda: que gane la opción que evita, que tranca, que castiga.
Pero si esto fuera poco, en la semana hubo más. Nacional contrata a un entrenador que todo el mundo sabe que propone un juego de respuesta, avaro, de defensa y contragolpe (“la nuestra”, para muchos) y la mayoría del periodismo deportivo aplaude la decisión y habla de los méritos del entrenador: salió campeón las dos veces que dirigió a Nacional antes, con esa fórmula. Pero Nacional pierde el clásico y los mismos periodistas y comentaristas matan al entrenador porque planteó un juego de respuesta, avaro, de defensa y contragolpe. Igualito al que antes le permitió ganar.
UN TÉCNICO A CONTRAMANO
Estas y otras cosas pasaron en una semana en la que -aparentemente- se concretó la llegada de un entrenador argentino a la selección uruguaya. Entrenador que no es cualquiera; además de haber estado en algún momento en la elite de los DT del mundo tiene ciertas peculiaridades. Una de ellas es que prioriza el mérito por sobre el resultado y postula que, en todo caso, éste debe ser siempre consecuencia de aquel.
Y viene a dirigir a la selección en un país donde entrenadores otrora cultores del buen juego ahora parecen sumados al “solo importa ganar” (como si jugar bien y ganar fueran aspiraciones contradictorias), donde a los formadores de opinión les importa nada que el fútbol transcurra sobre campos que parecen baldíos de esquina, donde el VAR es una más de las muchas formas de enlentecer, de aburrir, de hastiar, de entreverar, donde la mayoría de los entendidos juzgan y comentan resultados y no procedimientos, donde la mediocridad no solo reina, sino que se ostenta como si fuera un Rolex.
Otra vez Menotti. Cuando asumió la selección argentina en el camino hacia la copa del mundo de 1978, el técnico luego campeón mundial dijo que iba a procurar aislar a la selección del microclima infumable del medio local.
Confiemos en que el Loco Bielsa esté lo suficientemente loco como para finalmente desembarcar en este mundillo tan atractivo y que pueda lograr algo similar acá. Supongo que él ya lo sabe: para eso deberá construir un bunker mental en torno al Complejo Celeste donde logre evitar que futbolistas que, por suerte, en su mayoría ya están reformateados, sean reinfectados por el virus. Tabárez lo consiguió, pero solo afuera de la cancha y en el comportamiento.
Si Bielsa puede además construir y sostener un equipo que juegue bien al fútbol, no sé si no debe ser canonizado.

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