Hace algunos años, a propósito de su versión de Incendios para El Galpón, el director brasileño Aderbal Freire Filho nos contaba: “Lo que me sorprende mucho de Mouawad y de sus obras es que tengo la sensación de que a partir de él puedo imaginar qué habrán sido las tragedias griegas, en lo que se muestran y en cómo las veía el público. Con Incendios lo entiendo más que cuando hago un Edipo, una Medea, una Antígona. El público, por más formación artística o pulsión emotiva que pueda tener, no tiene la relación que los griegos podían tener con aquellas tragedias, que las veían como algo que tenía que ver con ellos, con la forma de ser de ellos”. (Voces Nº 561)
Recordábamos de forma recurrente las palabras de Aderbal mientras asistíamos a la función de Todos pájaros, el último espectáculo de Wajdi Mouawad estrenado en nuestro país, en este caso bajo la dirección de Roxana Blanco para la Comedia Nacional. Y es que si en la antigüedad se conocía al dedillo el sustrato mitológico sobre el que los dramaturgos clásicos elaboraban sus tragedias, los tópicos que aborda Mouawad son tema de debate y polémica actual, que generan posiciones encontradas y que dividen a las sociedades contemporáneas. Reunir a dos jóvenes estudiantes en Nueva York, una de raíces árabes y el otro judío, nos pone en una situación para la que previamente ya estamos condicionados. Más que saber de qué va el conflicto lo que interesa es saber cómo se abordará.
Mouawad es libanés, pero su familia abandonó el país de origen huyendo de la guerra civil siendo él un niño. Instalado primero en Francia y luego en Canadá, ha desarrollado una obra en la que las interrogantes sobre la identidad son una constante. En los espectáculos anteriores que recordamos en Montevideo (Litoral, dirigida por Coco Rivero en 2013 y la mencionada Incendios en 2017) asistíamos a una vuelta a los orígenes de generaciones jóvenes a partir de un descubrimiento o del pedido explícito de un padre o una madre. De esta forma se reconstruía en los más jóvenes el vínculo con la historia y la cultura de sus ancestros. La diferencia en el caso de Todos pájaros es que no hay una desconexión ignorada entre los jóvenes protagonistas y sus raíces. Más bien parece, al principio, que han tomado la decisión consciente de que el pasado no sea determinante de su presente.
Eitan es un científico alemán de origen judío, obsesionado por las estadísticas y el azar, que cumple con determinadas tradiciones heredadas pero que se siente libre del peso que la tradición familiar le impone. Wahida es una norteamericana de origen árabe que investiga la vida de un diplomático musulmán del norte de África que siglos atrás fue obligado a convertirse al cristianismo. Más allá de lo que significa en sí su objeto de estudio, Wahida tampoco demuestra estar muy atada a las tradiciones religiosas y culturales de sus antepasados. Nada les impide que la atracción que sienten entre sí se traduzca en una relación que trasciende el deseo.
El conflicto se dispara a partir de una reunión familiar en la que Eitan pretende presentar a su novia. Wahida es rechazada fundamentalmente por David, el padre de Eitan, lo que detona una serie de disputas y discusiones sobre lo que implica ser judío, discusión que también incluye a Norah, la madre de Eitan, y a Etgar, el abuelo. Un aspecto que parece relevante señalar aquí es que Mouawad parece construir un “héroe trágico” colectivo. Si bien es claro que en determinado aspecto David se convierte en un Edipo contemporáneo, el colectivo familiar es el que se convierte en personaje trágico, personaje que reúne un conjunto de “virtudes” y un solo “defecto”, pero tan determinante que será causa de su perdición. Cuando la anagnórisis se produzca la familia toda será atravesada por el descubrimiento.
Si bien en la obra entra en crisis una determinada forma de entender la identidad, esto sucede entrelazándose con otra manifestación de la identidad cultural latente que se despierta. Wahida acompaña a Eitan a Israel sin mayores expectativas personales, pero al ser vigilada y acechada por su condición de árabe tras un atentado algo se despierta. La tensión entre una identidad que entra en crisis y otra que se despierta parece ser un recurso que permite continuar la tragedia.
Mouawad no entra en valoraciones políticas, recorta una historia trágica en el contexto contemporáneo del conflicto palestino-israelí y logra, como lo hacían Sófocles o Esquilo, trascenderlo. La ceguera de los protagonistas los lleva a perderse, pero antes el autor nos ha hecho empatizar con ellos, y por eso compartimos una cierta sensación de absurdo inexplicable. Porque si las metáforas sobre los pájaros que vuelan a través de los muros, o sobre los que transmutan en el mar, son una alternativa a la catástrofe, es la catástrofe la que se impone.
Roxana Blanco ordena los movimientos en un espacio despojado, dominado por un muro que señala una frontera que la atracción de los cuerpos juveniles parece quebrar, pero que finalmente pondrá límite a los deseos. Mané Pérez y Joel Fazzi hacen vivir a esos dos cuerpos que se atraen primero y que se acompañan después. Esa pareja joven finalmente hará foco en las profundas y ocultas heridas de madres y padres, abuelas y abuelos. En el contexto de un elenco que realiza un gran trabajo para hacer latir esta tragedia contemporánea, se destacan, además de Pérez y Fazzi, la garra y la potencia de Florencia Zabaleta y de Elizabeth Vignoli. Zabaleta a partir de un personaje que intenta sostener con fiereza un orden que se le desmorona. Vignoli con un personaje clave, capaz de realizar el sacrificio que anuda la tragedia y de desatarlo en el momento clave. Más allá de la función en sí del personaje, el trabajo de Vignoli logra también algunos de los momentos más humorísticos del espectáculo.
La bellísima voz de Sylvia Meyer, que este año también escuchamos en Perro muerto en tintorería de María Dodera, es otra gran elección de la directora para sostener ese mundo de oscuridad desde una sensibilidad que pretende superarlo. Blanco hace un gran trabajo con un texto a priori polémico, pero que se eleva sobre la coyuntura de forma poética sin simplificaciones, señalando el aspecto individual de una tragedia que nos atraviesa todos los días.
Todos pájaros. Autoría: Wadji Mouawad. Traducción: Laura Pouso. Dirección: Roxana Blanco. Elenco: Mané Pérez, Joel Fazzi, Federico Rodríguez, Sofía Lara, Elizabeth Vignoli, Florencia Zabaleta, Juan Antonio Saraví, Gustavo Saffores y Mauricio González. Fotografía: Carlos Dossena.
Funciones: viernes y sábados a las 20:00, domingos a las 18:00. Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.
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