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El viceministro que alaba a Bolsonaro por Eduardo Gudynas

El viceministro que alaba a Bolsonaro por Eduardo Gudynas
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Días atrás, el actual subsecretario del Ministerio del Ambiente, Gerardo Amarilla, compartió en las redes sociales unas fotos de su encuentro con Jair Bolsonaro. Acompañó las imágenes con el siguiente texto: “Lindo encuentro con el presidente de Brasil, un líder valiente que reconoce a Dios y respeta la Constitución”.

El haber hecho pública esa alabanza, los términos por las cuales fue expresada, y el papel político e institucional de su autor, no pueden pasar desapercibidos y requieren un análisis.

Bolsonaro, quien sería un “líder valiente” según Amarilla, en realidad es una persona que alienta el uso de armas, festeja la violencia, se muestra repetidamente machista y racista, riñe con la ciencia, y lanza todo tipo de dichos falsos. En estos tiempos sostuvo que la pandemia por Covid19 era una “gripecita”, ante las muertes por el virus replicó que “hay que dejar de ser un país de maricas”; un poco antes decía “Estoy a favor de la tortura”, “si veo a dos hombres besándose en la calle los voy a golpear” y “el pobre solo tiene una utilidad en nuestro país: votar”. La evidencia sobre esto es abrumadora y se viene confirmando desde hace años, y por ello no agrego otros ejemplos.

Amarilla además escribió que el presidente brasileño “respeta la Constitución”, pero en el mundo real eso no ocurre. El mismo Bolsonaro dice abiertamente que puede no atenerse a la Constitución, y para recalcarlo dijo que puede hacerlo porque “nadie es más macho que nadie aquí”.

Además de todo eso, es dramático que justamente el número dos del ministerio del ambiente de Uruguay alabe a un régimen caracterizado por ser estridentemente anti-ecológico. Bajo Bolsonaro por un lado se recortan los controles ambientales y por el otro se redujo su financiamiento. En efecto, se recortaron los controles del Ministerio del Ambiente, y de las agencias ambientales federales, y se limitó la fiscalización de los infractores, alcanzando un nivel que fue calificado por los analistas como «tenebrosa». El pasado abril, 600 funcionarios de la agencia federal ambiental (IBAMA), firmaron una carta pública alertando que la fiscalizacion estaba comprometida y paralizada. Al mismo tiempo, el gobierno redujo el presupuesto ambiental (de 3 mil millones de reales en 2020, a 2,1 mil millones en 2021). La consecuencia de esto es una debacle ambiental; como ejemplo, en 2020, la deforestación en la Amazonia alcanzó el mayor pico en los últimos doce años, y más de 40 mil incendios golpearon esos bosques así como el Pantanal y otras regiones brasileñas.

Al mismo tiempo Bolsonaro ataca a la ciencia. Lo hizo repetidamente con el manejo de la pandemia, calificándola como una gripecita, y otro tanto hace ante la cuestión ambiental. Cuando se conoció la deforestación que revelaban las fotos de los satélites, Bolsonaro acusó a los responsables de mentirosos, y removió al director del instituto encargado de esas evaluaciones. Hostiga a los científicos que alertan sobre los más diversos temas, y eso desemboca en que algunos de sus militantes los amenazan e incluso persiguen.

Cuando Amarilla elogia a Bolsonaro es inevitable preocuparse por las implicaciones para Uruguay, dado su cargo ministerial. Si sigue los ejemplos bolsonaristas eso implicaría rebajar los controles sobre la contaminación, privatizar las áreas protegidas en favor de plantaciones forestales o el turismo convencional, y pelearse con los científicos que alertan por el cambio climático.

Pero también hay implicancias hacia afuera. Es que la reputación de Bolsonaro en la comunidad internacional es pésima. Es un presidente que, por ejemplo, enfrenta cuatro acusaciones ante la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad y la naturaleza, es ácidamente cuestionado por gobiernos europeos por su gestión ambiental, y hasta se elevan voces de alarma desde la administración Biden en Estados Unidos.

Las burlas y falsedades que Bolsonaro despliega dentro de Brasil no sirven de mucho en los foros globales. Cuando compareció ante la asamblea general de la ONU en 2020, dijo que nadie protegía a la Amazonia mejor que su gobierno, pero enseguida el país sufrió una crisis de incendios y deforestación devastadora. Como resultado, los analistas internacionales señalaron su «brutal campaña de mentiras».

Es por eso que esa alabanza de Amarilla también encierra riesgos externos. Estamos ante una inminente cumbre global sobre el cambio climático, donde casi todos apuntan contra Bolsonaro, pero repentinamente se revela que nuestro gobierno tiene un viceministro bolsonarista, y es justamente el encargado del ambiente. Si Amarilla participa de esa cumbre o de cualquier otra negociación internacional su bolsonarismo sería un lastre para la diplomacia ambiental del país.

Hay un aspecto final en el análisis que no puede esquivarse. Está claro que en un Estado debe ser secularizado y, respetando todas las creencias, sus políticas públicas no pueden estar sometidas a principios teológicos. Pero aún reconocida esa cuestión, puede agregarse que Bolsonaro ni siquiera puede ser felicitado desde una sensibilidad religiosa. Todas las confesiones religiosas se están alineando en proteger la vida, sea humana como la no-humana en la Naturaleza. La encíclica Laudato Sí del papa Francisco es un ejemplo de una preocupación ecológica que advierte que justicia social y ambiental van de la mano. Incluso en el seno del evangelismo hay sectores que entienden que el mandato de Dios incluye cuidar a la creación. A tono con eso, reconocer a Dios impone amparar a toda la vida.

En cambio, invocar a Dios como parte de dichos o acciones que desembocan en la violencia, dominación o la destrucción, nos regresa a las teologías de cinco siglos atrás cuando los colonizadores, con sus espadas y cruces, sojuzgaron indígenas, eran esclavistas y expoliaron todos los recursos naturales que pudieron.

No importa si Amarilla realmente cree que Bolsonaro es un líder a felicitar, o si está muy desinformado de lo que ocurre en Brasil y de las reacciones internacionales. Lo preocupante es si esos dichos preanuncian un giro del herrerismo hacia un conservadurismo de estilo bolsonarista, y si ello arrastrará al resto de la coalición. Son palabras que además afectan especialmente al Partido Colorado, ya que el ministro del ambiente proviene de esas tiendas. Surgen todo tipo de preguntas sobre qué esperar. ¿Se imitará a Bolsonaro en liberalizar el uso de armas personales ante la crisis de seguridad? ¿El Ministerio del Ambiente desmantelará poco a poco los controles ambientales? ¿Nos iremos alejando de la ciencia? Todas las preguntas ahora están abiertas.

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