Home Opinión La dispersión: su impacto en la salud y en la política. por Miguel Pastorino
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La dispersión: su impacto en la salud y en la política. por Miguel Pastorino

La dispersión: su impacto en la salud y en la política.  por Miguel Pastorino
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El aumento de prácticas para recuperar la atención, para concentrarse mejor, para combatir la ansiedad, manifiestan una creciente tendencia a la dispersión, a la que sin duda han contribuido los teléfonos móviles y sus aplicaciones que demandan atención constante. Cualquier interacción superficial e irrelevante se vuelve urgente y cualquiera puede reconfigurar nuestras prioridades en la gestión del tiempo, porque se suele priorizar el mensaje que llega, la “notificación” que aparece, sin demasiada reflexión para postergar lo que en realidad podemos dejar para otro momento. Una investigación de 2010 publicada en la revista Science (Killignworth-Gilbert), concluye que una mente errante, dispersa, es una mente que sufre. Hay personas que tienen “miedo de perderse algo”, como si cada publicación de sus contactos fuera un acontecimiento épico, pero al segundo que la veo deja de interesar para pasar a otra y así se consumen varias horas al día.

Todo parece llevar más tiempo.

La experiencia cotidiana nos muestra que cualquier tarea realizada con un smartphone en la mano, lleva mucho más tiempo del que nos tomaría si estuviéramos enfocados, concentrados. La excusa de siempre es que “puedo hacer varias cosas al mismo tiempo y mirar mi teléfono”, pero lo cierto es que muchas dificultades de estudio en adolescentes y jóvenes universitarios se deben a la permanente distracción que les genera “estar hiperconectados”, no desarrollando habilidades de concentración y estudio en profundidad. Pueden hacer varias cosas a la vez, pero no al nivel que desearían. Me ha sucedido en la experiencia docente que los padres no caen en la cuenta la cantidad de tiempo que sus hijos pierden durante el día -y en la noche- en las redes, incluso cuando se ponen a realizar alguna tarea o a estudiar para un examen. También han aumentado los riesgos de accidentes laborales por la falta de concentración de las personas que están demasiado pendientes de sus redes sociales o de contestar mensajes mientras realizan otra actividad que demanda cierto nivel de concentración. Investigaciones recientes sostienen que, si bien siempre ha existido la “multitarea”, la capacidad de atención se encuentra cada vez más reducida.

No hacemos varias cosas a la vez.

La expresión “multitarea” se suele interpretar como la capacidad de hacer varias cosas a la vez, pero investigaciones neurocientíficas demuestran hace años que cuando nos parece que hacemos más de dos cosas a la vez, en realidad lo que hacemos es automatizar algunas tareas (caminar, comer, conducir, correr, etc) mientras nos enfocamos en otra. Lo que hacemos también es cambiar rápidamente el foco de atención de una cosa a la otra, pero nunca estamos en ambas a la vez. Si se trata de esfuerzos cognitivos, es imposible, porque a todos nos es evidente que no podemos hablar y escribir a la vez un mensaje de texto. Si lo hacemos, es porque detenemos por algunos segundos una de las dos cosas y saltamos de una a la otra en forma intermitente. Al conducir un vehículo muchos creen que pueden ir haciendo otra cosa, pero lo cierto es que disminuyen su atención y corren mayores riesgos de sufrir accidentes. Realmente podemos atender a varias cosas a la vez, pero saltando de una cosa a la otra, de forma superficial e intermitente, lo cual no funciona para las tareas que exigen concentración y profundidad de análisis. El estado de multitarea en forma constante genera además una gran ansiedad y estrés, además de disminuir capacidades como la creatividad y el pensamiento reflexivo.
En un estudio realizado en 2009 (Stanford) se demostró que el rendimiento de los estudiantes era peor entre quienes se consideraban “multitarea”, porque no son capaces de concentrarse en lo importante y pierden mucho tiempo viendo información irrelevante. Se sienten más rápidos, pero no alcanzan niveles altos de aprendizaje ni profundidad de análisis. Y es que la atención dispersa reduce la la creatividad y el rendimiento.
Una consecuencia cada vez más perceptible en las relaciones interpersonales es la tendencia a interrumpir permanentemente al otro, hablarle encima y obviamente no haber escuchado realmente lo que quería decirnos.

Cómo cuidar a los niños.

La tendencia a perder la capacidad sostenida de la atención va de la mano con el uso temprano de smartphones y tablets en niños, lo cual es un gran desafío para el sistema educativo y la forma de comprender los aprendizajes. ¿Cuánto de nuestra incapacidad para atender termina afectando la calidad de nuestras relaciones?
Varias asociaciones de Pediatría en el mundo insisten en que los niños menores de dos años no tengan contacto con pantallas (ni TV, ni smartphones o tablets), y que sí aumenten las actividades de interacción con las personas (jugar, cantar, leerles). El cerebro de los niños pequeños para su desarrollo necesita la interacción con humanos, no con pantallas. Recomiendan a su vez, que los niños en edad escolar no tengan más de 2 horas diarias de tecnología y que no tengan televisión o dispositivos en sus dormitorios. Es siempre mejor ver televisión en familia y conversar sobre lo que vemos.

Estrategias para cuidar nuestra atención.

Quienes investigan este fenómeno dan una serie de consejos prácticos que son de sentido común, pero que no siempre incorporamos a nuestra vida diaria.
Desde desactivar las notificaciones de las aplicaciones para poder ingresar cuando lo deseamos y no cuando nos llaman la atención, hasta tener el teléfono móvil en silencio durante varias horas al día, incluso apagarlo, nos da espacios de vida off line. Es recomendable no dormir junto al teléfono y tenerlo lejos cuando queremos enfocarnos en algo, más aún, cuando queremos tener una conversación profunda con alguien sin interrupciones superficiales.
La mayor parte de los investigadores coinciden en que quienes cultiven su capacidad de atención, tendrán una mejor calidad de vida.

Problemas para la formación en una sociedad acelerada

En un artículo publicado en 2020, del filósofo español Antonio Gómez Ramos, acerca del “problema de la formación en una sociedad acelerada y la expropiación de la atención” describe con preocupación cómo la formación clásica se construía sobre actividades culturales, especialmente sobre la lectura, que requería un alto grado de concentración, silencio y soledad, para formar a un sujeto reflexivo, autónomo y crítico. Pero con los cambios tecnológicos y nuevos hábitos sociales, en paralelo al orden neoliberal contemporáneo, han erosionado ese tipo de actividades culturales. Siguiendo a filósofos contemporáneos como Harmut Rosa o Byung Chul Han presenta el nuevo modo de vida acelerado como alienación, como la pérdida de la capacidad de atención y concentración.
Si cada vez se lee menos, de modo más disperso y superficial, no es difícil predecir la pérdida de capacidades intelectuales y el desarrollo de nuevas formas de pensamiento. Si en los medios de comunicación se requiere decir todo en breves segundos, es imposible poder presentar un hilo argumental coherente y claro, sino que las ideas se reducen a un zapping de frases impactantes vacías de contenido.
El problema no es la tecnología ni sus desarrollos en sí mismos, sino la mentalidad que se vuelve dominante, que asume que lo mejor es que todo sea cada vez más rápido y breve. Se acepta como creencia que es mejor dar más noticias en menos tiempo, que dar menos noticias, pero con una mayor riqueza de comprensión y contexto. Se acepta como dogma irrefutable que es mejor leer un resumen de un libro porque lleva menos tiempo.

Problema para la vida política y desafío a la democracia.

En el plano político Antonio Gómez Ramos repara en las consecuencias para la vida pública en sociedades democráticas: “Si no es posible hacer en público un argumento prolongado, que lleve varios minutos y demande un esfuerzo de atención, la democracia se resiente… En las sociedades occidentales actuales, el grito, o el tweet, o la noticia impactante pero falsa, las fake news determinan el curso de los acontecimientos y las decisiones colectivas mucho más que la discusión racional. La democracia requiere tiempo y atención. También lo requiere la moral, el cuidado del otro y la sensibilidad y atención hacia su necesidad y precariedad. Por eso también la moral está en juego. Y como resultado, está en cuestión la posibilidad misma de formarse como sujeto, de constituirse hasta pensar por sí mismo y tener juicio propio, que exige autodisciplina y paciencia”.
La imparable aceleración de ritmos cotidianos de vida nos impone casi necesariamente la mecanización irreflexiva y desmotivada del pensar (sentir y actuar) y otros filósofos (L. Duch, J.M. Esquirol) se cuestionan si este “pasar” de todo y de todos, no lleva a una abstinencia ética de muchos sectores de la población, ya que la exigencia del discernimiento ético exige tiempo, reflexividad y desaceleración para la toma de decisiones.
La desestructuración mental no solo es gracias a la dispersión, sino que la aceleración que impone el momento presente impide pensar a largo plazo y también diluye el pasado, disolviendo la memoria histórica. Y la política es estabilidad, las instituciones requieren tiempo y estabilidad. Pensar la política a ritmo de twitter puede ser peligroso e irresponsable.
En Infocracia (2022), Byung Chul Han describe la crisis estructural de la esfera pública y el final de la acción comunicativa, debido al encierro narcisista de nuestro tiempo. Cuando el smartphone se convierte en un «Parlamento móvil con el que se debate en todas partes y a todas horas», se crean enjambres digitales que publican permanentemente información privada, acelerando la desintegración de la esfera pública, produciendo zoombies en lugar de ciudadanos.

Cambios culturales y salud mental.

Cuando deja de existir una cultura común, un sentido, una orientación personal y social en la vida, los medios se vuelven fines en sí mismos: la rapidez por la rapidez, la libertad por la libertad, la novedad por la novedad. La pregunta dominante hoy es funcional, es un “¿Cómo hacer?”, y ha caído en el olvido la pregunta por el “¿Para qué?”. Preguntarse por el para qué de lo que hacemos requiere tiempo.
El antropólogo Lluis Duch está convencido de que la velocidad se ha convertido en la modernidad tardía en un fin en sí mismo, que a menudo va de la mano del poder y del prestigio, y se pregunta si el imparable incremento de trastornos mentales no tendrá alguna relación con las consecuencias desestructuradoras de la vida de la actual sobreaceleración y dispersión constante en la que vivimos.
Byung Chul Han en la sociedad del cansancio (2012) ya expresaba que una cultura donde se valora la productividad y el rendimiento por encima de cualquier otro valor, enferma a las personas de autoexplotación, de burn out, de ansiedad y depresión. De hecho, en una sociedad que empuja al narcisismo, al auto-repliegue, a la autorreferencialidad, en un individualismo que incapacita para vivir con otros, los problemas e intereses están más puestos en lo psicológico, en la “cultura del yo”, que en lo social.
Los signos de la resistencia aparecen también en la cultura actual: el elogio de la lentitud, tener tiempos de vida “desconectados”, la búsqueda interesada de la cultura humanística y la lectura de los clásicos, la recuperación de espacios y tiempos de reflexión y contemplación. El análisis que hacen muchos de los autores a los que hemos referido no da para el pesimismo, sino para una pausa crítica que nos ayude a elegir donde queremos poner nuestra atención y qué tipo de vida, de sociedad y de relaciones queremos construir.

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