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Para todes por Matías Camargo

Para todes por Matías Camargo
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¡Qué revuelo que arma el tema del lenguaje inclusivo! Y qué interesante es esto a su vez, porque por lo general aquello que rechazamos refleja lo que más tenemos que trabajar. Pensar que asimilamos el “ñery”, incorporamos el “bo”, el “pa’ aca” o “pa’ allá” y nadie se rasgó sus vestiduras en los medios hablando sobre «el lenguaje que nos quieren imponer». Y si de cambios gramaticales se trata, tampoco vi a nadie protestar por la pérdida de «s» al final de palabra en el plural: «salimo’ todo’ los marte'». Salen a lapidar en plazas públicas por el Género pero del Número ni se han dado cuenta. Ese no importa, «¡vamo’ arriba!». Y claro que no importa: ese no toca ningún interés político en particular.

Pero primero: ¿qué es lo que se pretende incluir? Porque para la mayoría de quienes estamos empezando a emplear esta nueva forma de expresarnos, más que “incluir” está primero reconocer la existencia de alguien más. Esta “e” aparece luego de ese reconocimiento, como una nueva expresión que contempla que en ese lugar determinado hay dos energías -o más- y no una sola dominante asumiendo un consenso. Esta “e” cumple un rol visibilizador.

Este cambio rompe con un concepto creado hace siglos por un grupo de personas que decidieron arbitrariamente qué letra se usaba para cada fin y lo perpetuaron. Toda lengua viva está en constante evolución y lo hace independiente de lo que digan sobre ella sus academias. Porque el lenguaje, creado y recreado a diario por cada hablante, va transformando a la lengua toda, y ésta en tanto ser vivo se va recreando a sí misma una y otra vez. Porque en la vida de una lengua tanto los factores sociales, culturales o geográficos, como los psicológicos y humanos de cada hablante, influyen y determinan mucho más que su norma escrita.

Y de la misma forma que con el tiempo se han transformado miles de usos y costumbres de la lengua, que en este momento exista una nueva marca de género manifestándose entre algunos de sus hablantes, rompiendo con siglos de patriarcado impuesto, es además un gran avance social. Y esto es otro detalle no menor: no es un gobierno o una élite quien lo está imponiendo, sino que es algo que se está dando de manera natural en el lenguaje cotidiano de cada vez más personas de diferentes edades, en charlas informales, centros educativos o lugares públicos.

¿Que hay un trasfondo político en ello? ¡Claro que lo hay! Hay años de incansable lucha feminista atrás; hay muchas organizaciones que vienen pensando y repensando el cómo nos visibilizamos. Al igual que también hay un trasfondo político en “mantener la norma” y en “prohibamos esto porque destroza el lenguaje”. De igual manera, han sido les adolescentes quienes empezaron a llevarlo a la práctica de manera natural y desde un lugar de reconocimiento de pares, entre iguales.

Que una lengua tenga una marca de género neutro basada en el masculino y no en el femenino también fue una decisión política. En nuestro caso del idioma español se laudó en 1713 con la creación de la Real Academia Española bajo la tutela de la corona de España para que estableciera las nuevas normas lingüísticas similares a las de la Academia Francesa pero de acuerdo a los intereses políticos específicos del Reino de España. Junto a la Iglesia Católica lograron consolidar siglos de dominación machista y patriarcal. No fue obviamente el lenguaje “la herramienta de la dominación” per sé, pero su regulación sí pretendía ser una de las tantas maneras de controlar la forma de pensar de quienes gobernaban. Y vaya si lo consiguieron…

De esta forma el criterio del masculino como género neutro pretendía sacar del medio a la mujer, no nombrarla, no reconocerla como parte por sí misma, sino posicionarla como dependiente de ese masculino que la contenía implícitamente en su interior. Con esa norma aunque los grupos fueran mixtos, la construcción del colectivo siempre iba a ser masculina, “esto lo hicimos todos”, -una energía masculina-, quitándole trascendencia a la energía femenina presente en el vital equilibrio de fuerzas que rige la naturaleza e invisibilizando su rol creativo.

Muy en otro lugar está el cómo se cambia ese paradigma. No creo que haya que imponer su uso, pero sí por lo menos naturalizar que hay personas que elegimos hablar diferente a lo que dice la norma, como hemos existido siempre. Es importante hacer el ejercicio tolerante de aceptar que tal vez se trate de un modismo que no logra ni rasguñar a la lengua, con la tranquilidad de que si así lo fuera, no perdurará en el tiempo; pero si por el contrario era en los hechos una notable herramienta, que se instale sola a través de sus hablantes. Que sean elles, como en todos los ámbitos de la lengua, quienes determinen en la práctica si una nueva forma termina modificando a la norma o no.

En suma, no creo que esta “e” sea algo destructivo para la lengua, sino por el contrario la sigue enriqueciendo: la regenera y actualiza en función de su época. Pero aún así, en un grupo determinado si una persona usa o no usa el lenguaje inclusivo tampoco debería ser una norma; cada cual hablará como lo sienta o como lo haya aprendido, como en definitiva ha ocurrido siempre. No creo en los mandatos ni imposiciones de ningún tipo. Ni en el que me dice “se debe decir así”, ni en el que me dice “no se debe decir así”. Que el lenguaje inclusivo sea si tiene que ser y dejemos de querer controlar a un ser vivo gigante como es la lengua y todavía validando argumentos catedráticos fundados en conceptos políticos que tal vez estaría muy oportuno empezaran a transformarse hacia un lugar más amoroso y no de control o dominación de un grupo determinado sobre otro.Matías Camargo García

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