Arquitecturas
Cuando era un pichoncito, mi mamá me contaba que sus abuelos habían vivido en el medio del campo. Construyeron su nido en la cumbrera de un rancho de barro habitado por un gaucho, su mujer y sus hijos. Desde aquel entonces, en mi familia se decía que los hombres nos habían copiado la forma de hacer sus viviendas.
Años más tarde, los padres de mis padres llegaron a Montevideo. Al comienzo les costó adaptarse, pero en esa época existían muchos más espacios verdes que hoy y no les resultó difícil hallar un sitio en el cual criar sus nidadas.
Para cuando yo vine al mundo, nuestro hábitat se había reducido. El nido en el que rompí el cascarón estaba en un árbol de una placita rodeada de construcciones humanas. Así las cosas, crecí revoloteando entre edificios de los más variados estilos y aquel jardín cuadrangular en medio de la urbe.
En el momento en que me tocó el turno de formar mi propia familia, tuve un arrebato de inspiración. Recordé lo que decían mis ancestros y decidí aplicarlo, pero al revés. Construí mi hogar aprovechándome de lo que aprendí de la arquitectura humana.
Los resultados están a la vista. No por casualidad soy la envidia tanto de los horneros como de todos los pájaros que anidan por este lado de la ciudad.
(Ubicación: Juan Lindolfo Cuestas 1481)
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