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Bienal publicitaria por Nelson Di Maggio

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Las bienales y las ferias de arte superan ampliamente el centenar en el mundo. Las fundadoras respectivas —Venecia y Basilea— mantienen su vigencia intacta. San Pablo y Curitiba, un poco tambaleantes, y Lyon, más dinámica e innovadora, conservan su atractivo. La diversidad y amplitud de los creadores contemporáneos presentan dificultades para ofrecer una síntesis aproximada de la actualidad. Aspectos fragmentarios de esa realidad suelen ser recogidos por grandes exposiciones temporarias en los museos privados proyectados por arquitectos estrellas para poderosos empresarios dueños de colecciones audaces y provocadoras.

La IV Bienal de Montevideo es única en su género. Las cuatro ediciones obedecen a la curaduría de la misma persona, Alfons Hug, alemán, radicado hace décadas en Brasil. En los sucesivos cambios de sedes, desde la antifuncionalidad del Banco República o el Palacio Legislativo, la bienal se fue debilitando, acortando los días de exhibición, los nombres de artistas extranjeros y uruguayos.

Travesías atlánticas es el nombre arbitrario de la IV Bienal de Montevideo. El tema asocia la proximidad del 500.o aniversario del descubrimiento por Magallanes del estrecho que lleva su nombre, el 28 de noviembre de 1520, el pasaje marítimo natural que une los océanos Atlántico y Pacífico a las comunicaciones entre los tres continentes y la afluencia creciente de millones de migrantes europeos y africanos que escaparon de la pobreza en la búsqueda de una tierra prometida, mientras los traficantes de esclavos hicieron de Brasil y Uruguay los países preferidos. Así, el tema central de esta nueva edición es el arte africano, afrobrasileño y del inexistente afrouruguayo que «se presenta por primera vez con este grado de concentración y calidad», en arriesgada afirmación de Hug, quien también escribió que «La muestra busca explorar qué fuerzas innovadoras pueden movilizarse hoy en la conjunción entre América, África y Europa» y que «son 30 artistas de los tres continentes que abordan la relación de tensión cultural inherente al triángulo», intento ambicioso para los limitados recursos y escasos artistas, distribuidos en cuatro lugares durante cuarenta días.

Las sedes principales de Travesías atlánticas son dos: Sala de Exposiciones Subte y Sala de Exposiciones Sodre. Las dos son decepcionantes. La primera se convirtió en una exposición que confunde la fotografía con la publicidad de la moda (Okhai Ojeikere, Frank Thiel); aspectos de la realidad local (George Osodi, Chris Larson) y el bordado, aunque con magnífica elaboración manual y buen gusto con el arte textil (Mónica Millán) y dos nombres más que no aparecen registrados en el catálogo ilustrado. La influencia occidental es obvia en Adad Hannah (nació y vive e en Estados Unidos y Canadá) al tomar como referente La balsa de la Medusa de Géricault en un video sobre un grupo de emigrantes africanos actuales en el mar; en la extensa y complicada instalación de Youssef Limoud (egipcio, vive en Suiza) sobre excavaciones y ruinas. Víctor Diop, de Senegal, excelente fotógrafo en Liberty Series.

En Sarandí y Misiones el nivel es más satisfactorio y desconcertante. Los cinco uruguayos, elegidos por el cocurador Alejandro Cruz, no son representativos del tema. Fernando López Lage presentó un enorme panel de arte geométrico de fuerte cromatismo y Federico Arnaud tapizó un sofá y dos sillones con telas impresas con imágenes de viejas revistas ilustradas con temáticas sobre esclavos e indígenas alrededor de una mesa de mármol blanco con leyenda impresa, utilizables por el visitante. Los tres jóvenes afrodescendientes seleccionados por no tener antecedentes, con trabajos que no aspiran a obtenerlo. Un moderado interés circula en la fotógrafa francesa Mame Diarra Niang, con afiches sobre la negritud; con más energía en las fotografías de Raphael Agbodjelou, de Benin, residente en Berlín; la instalación del venezolano Marco Montiel Soto (foto), bien ejecutada, más llamativa que convincente. La IV Bienal sigue en la Casa de la Cultura Afrouruguaya: el fotógrafo Andrew Tshabangu y las dibujantes Adriana Bustos y Mary Evans, en el Cabildo. Una bienal para olvidar.

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