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¿Crisis de salud mental o crisis sociocultural? por Miguel Pastorino

¿Crisis de salud mental o crisis sociocultural? por Miguel Pastorino
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Si bien nadie duda hoy del sufrimiento psíquico que aqueja a millones de seres humanos y de la mayor conciencia social del impacto de los problemas de salud mental en la vida de las personas, hace ya décadas que existe el riesgo teórico y político de reducir estas cuestiones a problemas individuales que solo requieren asistencia terapéutica, dejando en las sobras las causas más profundas del asunto. Y es que las verdaderas raíces del problema que se quiere resolver de modos muy reduccionistas, requiere una mirada más amplia, antropológica, social y cultural. La vida emocional de las personas se construye en gran parte por la cultura ambiente, por las expectativas sociales en las que se mueve, por la producción del estrés social, las etiquetas, las desigualdades, las frustraciones sociales, los estereotipos de realización y éxito, las exigencias y presiones de su cultura ambiente, etc. Todas estas cuestiones son un verdadero problema social, cultural y político, que requiere ser abordado y estudiado con mayor amplitud y seriedad.
La mayoría de las iniciativas que se llevan adelante en varios países para hacer frente a la llamada “crisis de salud mental” consisten en crear o fortalecer estructuras asistenciales (servicios terapéuticos y líneas telefónicas de ayuda). Si bien es una forma de paliar problemas de personas que necesitan realmente ayuda y apoyo terapéutico, suelen hacernos creer que esa es la mejor respuesta, porque dejamos en las sombras las verdaderas y más profundas causas sociales y culturales del sufrimiento de millones de seres humanos. Muchas intervenciones en esta línea asistencial funcionan como formas de legitimar una perspectiva atomizada de los seres humanos y sus problemas. No se puede abordar seriamente la llamada “crisis de salud mental” sin tomar en cuenta las profundas causas sociales, económicas, políticas y culturales del malestar psicológico que crece en diferentes contextos. Por ello abordar los grandes sufrimientos humanos es una cuestión interdisciplinaria y no un abordaje solamente desde las neurociencias o la psicología.
Contra la manipulación emocional
En 2024 el filósofo español Carlos Javier González Serrano, publicó un ensayo titulado “Filosofía de la Resistencia: Contra el gobierno emocional”. Es un texto de divulgación filosófica que ayuda a pensar en cuestiones de actualidad en las que la reflexión filosófica se hace cargo críticamente. González Serrano destaca que se ha naturalizado una privatización del estrés: “si algo va mal, es porque algo hiciste mal”. Un adoctrinamiento emocional que nos impide ver las raíces de nuestros dramas y elude la transformación social y el compromiso cívico.
En el siglo XX los grandes filósofos existencialistas escribieron sobre la importancia de hacerse cargo de la propia vida, pero “ahora estas máximas se han corrompido en versiones emotivistas y superficiales de la realización humana”: “Se la mejor versión de ti mismo”, “Si quieres, puedes”, y cosas por el estilo. Han aparecido una gran cantidad de dispositivos de control emocional que anulan el pensamiento crítico. Una suma de coaching emocional, autoayuda esotérica, neoestoicismo de divulgación que invita a soportarlo todo y cuidarse a uno mismo, el pensamiento positivo de “si quieres podés”, mensajes melosos donde todos creen que los remedios pasan por soluciones individuales: “cuídate que todo estará bien”. Y en este contexto las desigualdades sociales y los malestares provocados por grandes injusticias, quedan sepultados bajo el imperativo de ser resilientes y empoderarnos. Todo es cuestión de adaptarse, de reciclarse, de innovar, pero nunca de cuestionar y hacer preguntas incómodas sobre los mandatos sociales.
Cuando Sócrates reclamaba “Conócete a ti mismo” no era un ejercicio privado, sino pensar individualmente para reflexionar en común para una vida buena. El “idiota” era en la antigua Grecia el que se ocupa de su viaje individual, y no de los asuntos públicos. Hoy vivimos como idiotizados porque se considera virtuoso dedicarse solo al bienestar individual sin cuestionar ni pensar nada a nivel social. “Saber por qué y qué estamos soportando requiere una filosofía de la resistencia”, un pensamiento que mueve a la acción.
Se nos exige ser resilientes y productivos y no nos permitimos cuestionar las causas de los malestares sociales, ni hacernos cargo socialmente de las raíces de nuestros problemas. En una sociedad atomizada con individuos demasiado ocupados en sí mismos, nos acostumbramos a la ausencia del otro, y a enfocarnos obsesivamente en el propio bienestar.
Toda la industria del management emocional se enfoca en la gestión de las emociones personales, especialmente las negativas, para vivir alegremente, positivamente, aunque todo parezca ir mal, es una forma de no preguntarse, solo de buscar salidas para sobrevivir a la máquina de ser productivo imparablemente. Así un “coach” nos ayuda a caminar hacia el bienestar que aplaca todo impulso de autonomía y pensamiento crítico. “Hay que manejar la angustia y el estrés con la mejor sonrisa”. Quien cuestione estos dogmas del pensamiento mágico y emotivista, es cuestionado como inadaptado, pesimista o de estrechez mental.
Vemos personas cada vez más solas y aisladas, más frustradas culpándose de su falta de éxito o de falta de resiliencia, en sociedades donde las cifras muestran crecimiento y productividad. Esta paradoja escandaliza a muchos analistas de la economía y la sociedad porque no entienden el malestar social si las cifras de “bienestar” son tan positivas. Lo que se hace cada vez más evidente, pero no se toma en cuenta es que vivimos en la hiperestimulación constante y el aislamiento social al que lleva el hiperindividualismo, amplificado por la adicción a las pantallas y restando tiempo al sueño y a la gratuidad en las relaciones. Todo esto lleva a que las personas vivan oprimidas interiormente, agotadas emocionalmente, y corriendo detrás del bienestar y la estimulación permanente para sentirse bien, sin hacerse demasiadas preguntas.
Existe una creciente falta de silencio que nos roba la atención. Mucha gente ha perdido su capacidad de atención, con miedo a perderse de algo, no pueden reconquistar su libertad para elegir en lo que permanecer. El problema no es lo que hacemos con la pantalla, sino lo que dejamos de hacer cuando estamos en ellas. Pero “quien se distrae de la pantalla atiende a sus semejantes y se rebela contra la idiotez colectiva”.

El exceso de positividad que enferma.
El núcleo filosófico de las obras del coreano Byung-Chul Han podríamos resumirlo en unas pocas preguntas: ¿Cómo se ha perdido el sentido de la vida en la modernidad tardía? ¿Cómo la libertad nos ha convertido en seres autoexplotados? ¿Cómo nos hemos alejado de la vida buena para sobrevivir en la mera vida? ¿Cómo somos devorados por un enfoque narcisista de la vida y de una creciente aceleración que transforma todo en mercancía? El problema es siempre el mismo para Han, desde diferentes perspectivas y puntos de vista: un exceso de positividad y ausencia de negatividad. Estos conceptos no los entienden en el uso corriente, porque no entiende por positividad el optimismo y la negatividad como el pesimismo, sino que el exceso de positividad es la abundancia de lo idéntico, donde lo otro (la negatividad) desaparece. La desaparición de lo otro y sobreabundancia de lo igual enferma a la sociedad produciendo fatiga crónica (sociedad del cansancio). Para Han no nos encontramos en la sociedad disciplinaria de la que escribió Foucault, sino de la autoexplotaciòn, del rendimiento. Convencidos de un yo ideal de rendimiento permanente, estamos tan centrados en nosotros mismos que ya no podemos ver a los otros, simplemente están ahí para satisfacer al yo y nada más.
Afirma Han que hoy no tenemos problemas histéricos por represión, como vio Freud, sino de personas solas consigo mismas y sin límites, una cultura donde prevalecen otras patologías como ansiedad crónica, burn out, depresión, hiperactividad y problemas de atención, todos derivados para Han del exceso de positividad, de la violencia neuronal que vivimos diariamente, de personas autodestructivas por lo agotador que es estar todo el tiempo pendiente de uno mismo.
Hace un elogio de la vida contemplativa y de la negatividad que hemos perdido. Hoy hasta la vida misma es mercancía y carece de verdadero valor. Los demás son solo refuerzos del yo y las redes sociales no nos acercan a los demás, sino que nos siguen replegando en nosotros mismos. Vivimos en un eterno zapping, donde rebelarse es pararse a reflexionar para poder actuar realmente.
Necesitamos de los otros y solo en la proximidad, en las relaciones profundas y auténticas podemos ser rescatados del malestar del encierro narcisista y de la huida permanente de uno mismo: “Se vuelve a la manía de viajar… ¿Cuántas veces ocurre que se va lejos para terminar sin ver nada, o para continuar con la charlatanería vacía, o para olvidar nuestra condición, o por aburrimiento porque no se sabe qué hacer para huir de uno mismo, o para buscar una ilusoria libertad? El malestar contenido en la inmanencia sin proximidad promueve esta agitación, y he aquí que cuanto más nos movemos más nos alejamos del mundo y de la vida” (Esquirol, J.M., La resistencia íntima, 2022)
Sufrimiento y sentido de la vida
Poco se cuestionan las causas del sufrimiento, sino que se pone el foco solo en aliviarlo, en paliar, en llevarlo de la mejor manera. En la actual sociedad paliativa «cada vez se sufre más por cada vez menos» (Byung-Chul Han, La Sociedad Paliativa, 2021) donde la paradoja es que, a mayor capacidad para alivio del dolor, se sufre insoportablemente por cualquier cosa.
En una visión materialista el sufrimiento es reducido a una cuestión corporal que hay que combatir con analgésicos, dejando de lado otras dimensiones, especialmente su significación, su posible sentido: “El sinsentido del dolor indica más bien que nuestra propia vida, reducida a un proceso biológico se ha quedado vacía de sentido. El sentido del dolor presupone una narrativa que integra la vida en un horizonte de significado. El dolor carente de sentido solo es posible en una vida vacía de sentido, reducida a pura supervivencia y que ha dejado de narrar (Han, 2021).
Por otra parte, cuando buscamos hacer desaparecer cualquier dolor y sufrimiento, la felicidad puede volverse superflua: “si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático. Quien no es receptivo para el dolor también se cierra a la felicidad profunda”. La ausencia de sentido, de profundidad, de significado de la vida nos trae una paradoja creciente: que cada vez se sufre más por cosas más insignificantes. Si bien el sufrimiento no se puede medir objetivamente, porque es siempre una experiencia muy personal e intransferible, las expectativas tan altas puestas en la analgesia, hacen que incluso dolores insignificantes resulten insoportables. Fueron desapareciendo las narrativas y los significados que hacen más soportable el dolor. “Al fin y al cabo lo que duele es, justamente, el persistente sinsentido de la vida” (Han, 2021).
La pérdida de relatos que den sentido y hondura a la vida, que den significado a los acontecimientos, solo deja fragmentos sin razón de ser y los demás se vuelven también bienes de consumo y descartables. En una lógica hegemónica de tratar todo como mercancía, incluso a los demás, hemos naturalizado los criterios de la economía para las relaciones humanas, convirtiendo los vínculos en transacciones, donde el otro esta para complacernos. Se pone a prueba a los demás como si fueran derechos del consumidor exigir la perfección a los demás y si no, se los descarta, construyendo relaciones cada vez más efímeras y superficiales.

No se necesita mucha imaginación para reconocer que no somos islas con problemas emocionales que necesitan un consejero, un gurú o aplicación, para tratar las dolencias interiores, sino que hace falta recuperar una reflexión crítica de toda la sociedad que se anime a ir a las raíces de los padecimientos que aquejan al mundo contemporáneo y cuidar la vida en común, los vínculos fundamentales, que son las fuentes que sostienen la vida y la salud emocional.

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