El alma del roble
¡Señor, señor! ¡Sí, aquí abajo!… Le agradezco la deferencia de haberse detenido. Es la primera vez en años que alguien se acerca y me escucha con la atención que usted lo está haciendo. Para ser sincero, le explico que casi los únicos que se interesan por mí son los niños, que en algunas ocasiones se paran ahí en la vereda y procuran que sus padres me vean. Pero los hombres y mujeres que pasan por aquí suelen ir demasiado apurados, siempre pendientes de otra cosa. Entonces, se los llevan a la rastra en volandas y yo me vuelvo a quedar solo.
Mire que no me quejo. Hasta cierto punto, me resulta natural que los comunes mortales ni siquiera me registren o solo vean en mí un detalle de una puerta. Allá ellos. Pero a usted, si me tiene un poco de paciencia, le voy a confesar mi verdad.
Soy el alma del roble. Hace ya muchísimos años que un ebanista, valiéndose del acerado y sutil filo de sus gubias, me extrajo del corazón de la madera. Quizá porque, otrora, el propio Zeus descansó a la sombra de uno de mis ancestros, nací con poderes. E, igual que todos los de mi raza, yo salvaguardo con mi fuerza sobrenatural a quienes se ponen bajo mi protección. Entiendo que ponga esa cara de escepticismo. Tiene razón. Eso a nadie le interesa. Mas no por ello es menos cierto.
¿Ya se va? No, no me explique nada. Lleva un buen rato oyendo mi charla. Así que, de nuevo, gracias. Vuelva cuando quiera. Ya sabe dónde encontrarme. Porque, como comprenderá, no me voy a mover de aquí.
(Ubicación: Juan Carlos Gómez 1317).
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