La construcción de un panorama por Ignacio Martínez
La estrategia se armó desde las primeras reuniones, buscando alianzas, que hubo entre Sanguinetti, Lacalle y Larrañaga. Luego tiraron puentes hacia Novick, Mieres y, a medida que aparecían en escena con más o menos vigor, la hicieron extensiva a Talvi y Manini. ¿Cuál era el argumento? Nadie puede derrotar al FA si no está alineado precisamente con esa premisa prioritaria: derrotar al FA. La consigna no declarada fue un silencio a gritos: todos contra el FA.
En paralelo se fueron sumando sin decirlo abiertamente, otros protagonistas: los medios masivos privados, las iglesias y organizaciones sociales como la Cámara de Industria, la Asociación Rural, el Centro Militar y la Unión de Exportadores.
El asunto principal era ejercer una oposición que criticara todo lo que a estos sectores les pareciera mal: política cambiara, déficit fiscal, políticas sociales, relaciones exteriores, inseguridad, etc., pero al mismo tiempo debían convencer al electorado de la necesidad imperiosa de ir hacia un cambio. ¿Qué cambio? ¿Hacia dónde cambiar? ¿Por qué cambiar? Eso no importaba demasiado. Lo que sí importaba era que la gente se convenciera que había que cambiar y también se convenciera de derrotar al FA.
¿El ser humano sensato cambia algo que anda bien? No. Por lo tanto, hubo que fabricar una política de embuste, difamación, engaño y mentiras que nos hiciera creer que andamos horrible. Las frases no se hicieron esperar: “nunca estuvimos peor que hoy”; “la educación es un desastre”; “el país es el más caro del continente y del mundo”; “nunca vivimos peor inseguridad que ahora”; “la corrupción ha llegado a los máximos niveles jamás vistos”; “la pobreza es insostenible”; “se despilfarran los dineros públicos”, y podríamos seguir citando oraciones de ese tenor. Para eso, por ejemplo, los medios dedicaron kilómetros de imágenes repetidas durante cientos de programas desinformativos. Los discursos sólo se limitaron a decir esas cosas sin hacer una sola propuesta de interés. Sobre política exterior sólo Venezuela. Las matanzas en Colombia, en Perú, en Bolivia no interesaron demasiado. Las brutalidades y asesinatos en Brasil y en Chile tampoco. Se desconocieron empecinadamente los logros económicos, comerciales, en bienestar social, en educación, en salud, en pasividades, en la macro economía.
Ese desconocimiento y esa persistente mentira sobre el estado real del país no sólo les sirvió para ganar las elecciones, sino que ahora les va a servir para decir otras frases: “recibimos un país destruido”; “heredamos deudas y cajas vacías y ministerios deteriorados y, y, y, y”
¿Para qué? Para aplicar ahora sí lo que les interesa: aumentar el dólar, originar inflación, recortar los gastos públicos con destinos sociales, beneficiar al reducido grupo de potentados que siempre estrujaron el país a su servicio.
Nosotros, autocríticamente, no supimos construir con la gente el verdadero panorama de un Uruguay que está en primer lugar de calidad de muchas cosas en América Latina. Lo hicimos para el balotaje, pero no alcanzó. La cuestión es entre la conciencia de la población sobre el verdadero país que construimos o la creencia en un país que ellos nos inventaron, casi con las mismas técnicas de “compre ya, ya, ya” o “juegue que puede ser millonario si gana el pozo acumulado”.
“Creo que en términos de sensación pública lo más urgente y lo más factible es el tema de seguridad…” dijo Lacalle Pou. No, así no debemos funcionar, no debemos pensar en términos de “sensación pública”. Debemos pensar en los términos de la realidad y analizar también cómo se aprecia esa realidad. La cuestión es entre la verdad o el espejismo.
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