Ocurrió otra vez por Cristina Morán
Son varios los temas que nos llaman para referirnos a ellos y con pesar el primero es el nuevo suicidio del cual tuvimos noticias hace muy pocos días. Otro hombre joven, apenas 27 años, otro futbolista se quitó la vida. Y nuevamente el cruel e injusto sentimiento de culpa, del no entender, del no saber recibir mensajes, del no saber escuchar y leer entre líneas, queda instalado en la familia, en los amigos, en los compañeros de trabajo, inclusive de los que se habían cruzado con él alguna vez, algún día y no imaginaban que algo tan oscuro como la muerte se había instalado en ese varón joven y deportista. A raíz de la conmemoración del Día Nacional de Prevención del Suicidio el tema ocupó los primeros lugares de la información y por ahí quedó la cosa, salvo la idea de que hay un principal objetivo que es atender el suicidio entre la gente joven. Y una aplaude esta iniciativa y desea que perdure en el tiempo, que no sea algo del momento, como ocurre con otros temas, pero también una se pregunta ¿y qué pasa con los otros, con los adultos mayores, con los viejos, con los que ya han superado aquello de “la tercera edad” y llegaron o están acercándose a la “cuarta”?, si es que es posible hablar de una cuarta edad, claro. La semana anterior, refiriéndome a este tema escribía que, según información del MSP,” el mayor índice de suicidios se da entre hombres (el 80,9) y los suicidios de 2020 se dieron en hombres y la mayor proporción personas de 80 a 84 años”. Es aquí cuando pregunto, ¿qué hacemos con los viejos, con los que formamos parte del mayor grupo etario del país, ese al que siempre han apuntado los políticos de todos los pelos en sus campañas pre electorales? ¿Quedamos abandonados a nuestra suerte como quedaron encerrados en los residenciales enfermando no de Covid, sino de tristeza, de angustia, de soledad la peor consejera si no tenés la fuerza necesaria para no escucharla, para espantarla o hacerte amigo de ella. Hay palabras que no me gustan o porque son muy fuertes o porque han sido y son demasiado usadas y tal vez, no siempre en forma acertada: discriminación es una y resiliencia la otra, que se puso tan “de moda” en “tiempos de pandemia”. El caso es que pienso en discriminación cuando hago referencia a los adultos mayores, a los grandes, a los viejos y no solo en campañas para prevención del suicidio sino en otros casos que suceden prácticamente en nuestro día a día que no vemos o no queremos ver. Voy a otro tema porque es imposible obviarlo: el sábado lo vi y lo escuché al igual que algunos o muchos de ustedes; me estoy refiriendo al director de la OPP, economista Isaac Alfie y su anuncio sobre el quite del subsidio al supergás, porque , según sus propias palabras,” hay personas que calefaccionan sus piscinas con el” (con el supergás, claro) y siguió su alocución con un una frase larguísima para, entre otras cosas, supongo, justificar el quite del subsidio a ese elemento con el cual nos calefaccionamos (nosotros, no las piscinas, por favor)que ahora tiene un costo de $730 (que no incluye el traer la garrafa a tu casa) y que sin el mentado subsidio pasaría a tener un costo de $1.460 también sin incluir envío. Pero vamos a la frase: “Parece justo que esas personas (las que calientan las piscinas con supergas según palabras de Alfie) no reciban el subsidio, y también es justo que las demás personas lo reciban y que además no paguen para que otras personas que no lo precisan, lo reciban”. Pregunto, ¿cómo logrará, usted y su equipo diferenciar a quienes necesitan el subsidio de aquellos otros que lo usan “para calentar piscinas?”. Ah, Lito, esto resulta mucho más rebuscado que su frase explicando lo que no tiene explicación. Hasta la próxima. Que seas feliz. Y no dejes entrar al viejo.
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