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Tiempos, Política y Arte por Marianella Morena

Tiempos, Política y Arte por Marianella Morena
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Me leí de un tirón el libro La llamada de Leila Guerriero, como también parte de la obra de Han Kang. Mujeres que lideran pensamientos abstractos y concretos. Que se involucran con la historia cercana y lejana, con el dolor humano, pero más que nada: la contradicción.
No tienen nada que ver entre sí, aunque yo las haya relacionado. Ambas se entregan a su obra, y ofrecen desde una honestidad intelectual, caminos alternativos a pensar las cosas que nos quitan el sueño.
Son honestas, sin ser crueles, pero el relato carece de adornos, artilugios, o procedimientos falsos.
Ser parte de sus universos a través de sus creaciones, nos empodera, nos libera un costado físico que no teníamos habilitado para pensar. Porque todo el cuerpo piensa, sólo que no lo entrenamos para ello.
En literatura ficcional o periodística, en teatro, en cine, están permitidas las contradicciones. En la vida diseccionamos el error ajeno. Lo colocamos en el quirófano, y cual cirujanos improvisados, vamos por el tumor. ¿Por qué? ¿Es ensañamiento, resentimiento, rencor, traumas no superados, necesidad terapéutica? Es cultural. De la cultura religiosa, de la cultura literaria, de la cultura escénica, de la cultura cinematográfica, de la cultura performática, de la cultura educativa, de la cultura afectiva, de la cultura social, de la cultura legal.
En arte celebramos la complejidad humana, es más, festejamos esos momentos donde el personaje se desdice, va y viene, huye de sí mismo, y estamos con él, con la más débil, con la que ha tenido una vida difícil. Esos personajes somos nosotros, son nuestros vecinos, nuestras familias. En la medida que la ficción y la gran proliferación de documentales o docudramas, muestran la cocina sentimental de las personas, nos animamos a vivir sin miedo.
Sin culpa. Sin castigo, sin condena.
Nos animamos a decir: ah, vale, a otros les pasa lo mismo.
Es ese espejo que está ahí, existe.
Somos hijos e hijas de la cultura de cada tiempo, nadie es libre, y opina y elige. O: casi nadie.
Salvo que nos empeñemos en salir de nuestro bucle obsesivo y abramos nuestras mentes a la diversidad a través de las colaboraciones artísticas que brotan a nuestro alrededor.
Colaboraciones generosas que otorgan el permiso a generar ideas no concebidas.
Colaboraciones piadosas a sentir ira sin culpa, dolor sin tristeza, y amor sin celos.
Colaboraciones empáticas con nuestro archivo emocional sin dañar a nadie, y nos enriquece, pensamiento, acción, y síntesis.
El arte. Tan lejos, tan cerca.
En la vida actual la cultura está infiltrada constantemente, aunque no la tengamos identificada como tal. Es cómplice de nuestra construcción personal, en la música que escuchamos a diario, en lo que elegimos postear, en la edición de los posteos. Aunque nos definamos personas aculturales. Nadie escapa al sistema que nos bautiza. La ropa que elegimos, la imagen distinta para cada ocasión-rol, los gestos del afecto, la forma de expresarnos, de escribir, de relacionarnos. Las puestas en escena que abarcan las manifestaciones privadas y públicas. Es cultura.
El amor no se profesa igual ahora que en la Edad Media, el Renacimiento o en mayo del 68. Está íntimamente ligado a las manifestaciones de cada contexto. Las formas, lo habilitado, lo prohibido. Son, existen a través de las diversas expresiones que cada tiempo produce, y luego se masifican. En el caso de que el dispositivo y la economía, lo permitan.
La libertad tiene su raíz cultural. La política y la cultura siempre estuvieron juntas, se han amado, odiado, guerreado y reconciliado en los capítulos históricos. Con heridas enormes, han sobrevivido sin títulos que identifiquen la unión, pero se buscan en una atracción imposible de separar.
La llamada, el libro de Leila, es de una inteligencia inusitada, porque tiene un relato adentro de otro, permite seguir el cuento principal, pero va abriendo ventanas sobre: el juicio a las personas, el prejuicio, la condena a los otros, la facilidad con la que culpamos, el comentario malicioso sobre alguien que no hace lo que yo considero que hay que hacer.
Sin que ella nos guie, logra compaginar la historia adentro de la Historia. Y lo hace magistralmente.
Me sentí llevada de la mano como una niña a descubrir lo oscuro en un pasillo de luces, y pude soltarme todas las veces que quise para salir corriendo, y volver a leerlo. Sin ataduras.
Entonces, cuando se escribe sobre algo que pasó, no solamente se cuentan hechos, se va más allá de las cifras, los números, las estadísticas, eso que últimamente es lo único que leemos en prensa. La gran moda Excel. La gran moda numérica. La gran moda estadística.
Son personas. Cada número es una persona con una historia. Las cifras tienen nombre y apellido. Las historias también son rentables, y aportan a la economía estable de un país. Son rostros. La configuración del relato sigue estando del lado de la cultura, y del arte. Pero tiene un alto costo político y podría definirse con una sola palabra: empatía. ¿Quién está dispuesto a correr ese riesgo?
No hay moda que sostenga ese discurso.
La Vegetariana de Kang, ilumina los comportamientos arbitrarios. Las respuestas tiranas frente a la incomprensión, frente a la diferencia en actitudes de decisión personal como convertirse en vegetariana. Una pequeña rebelión que se interpela como una revolución y altera el ecosistema vincular.
No voy a contar el libro, ni hacer una crítica del mismo, simplemente lo uso como plataforma reflexiva sobre alguien que me da otros elementos para mirar, entender o no querer entender al otro.
Yo no comprendo a la humanidad. Comprendo a una persona. Yo no sé sobre la humanidad. Sé sobre alguien.
Lo genérico no dice nada, ya no. Son cosas que se acumulan, que generan acumulación positiva o negativa, da igual. Nadie lee, nadie escucha. A nadie conmueven.
Son paradigmas que se construyen presente a presente. Ahí es donde retoma el romance entre arte y política, y vuelve la pregunta, ¿quién se adueña de la verdad?

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