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40 años de “Las hermanas alemanas”.

40 años de “Las hermanas alemanas”.
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Corría 1983, la dictadura uruguaya se desmoronaba y comenzaban a llegar a nuestra ciudad películas prohibidas a lo largo de una década. También arribaban títulos actuales que poco antes hubiera sido impensable que se exhibieran en nuestro país. Uno de ellos reveló a los uruguayos el impar talento de Margarethe Von Trotta. Fue Las hermanas alemanas, de la cual se cumplen 40 años del estreno en Venecia. Von Trotta, que por entonces era esposa y musa de Volker Schlöndorff (El tambor), poseía como cineasta una obra bastante elogiada, pero sorprendió a todos con esta magnífica culminación. En la base del film hay un hecho real: la historia del grupo terrorista Baader-Meinhoff, foco principal de la violencia política en Alemania Federal. Dentro de la banda, Gudrun Esslin fue una líder, pero cayó apresada junto a dos compañeros, y tiempo después las autoridades anunciaron oficialmente que todos se habían suicidado en la cárcel. Nadie creyó en esa inmolación colectiva, lo cual sumó al caso un ribete de escándalo y brindó a los terroristas un inesperado halo trágico.

Von Trotta contraponía los métodos de la guerrillera Marianne (Bárbara Sukowa) con los de una hermana mayor, Julianne (Jutta Lampe), que ejerce una forma de lucha legal mediante notas para una revista política y discursos callejeros en pro de reformas sociales. Pero además Von Trotta las acompañaba al pasado, porque esas dos hermanas hoy distanciadas estaban muy unidas en su infancia y adolescencia. La fractura entre ambas la determinó el pasaje de Marianne a la clandestinidad. Los 100 minutos del film estaban dedicados entonces a describir minuciosamente la vida cotidiana de Julianne y su discrepancia ideológica con Marianne, latente hasta que explotaba en encuentros furtivos. A todo ello Von Trotta sumaba las visitas de Julianne a la cárcel de máxima seguridad donde permanecía confinada Marianne, y varios recuerdos de infancia y adolescencia, con sucesos en apariencia banales pero que eran certeros puntos de referencia y permitían entender mejor la situación presente.

Esa crónica metódica, objetiva, casi clínica, traspasaba su nivel documental y exploraba zonas más profundas que explicaban la tragedia de una sociedad entera. Lo notable es que la película desarrollaba esa investigación con una inteligencia y un control emocional insólitos. El libreto era la causa que el espectador advirtiera los claroscuros de una sociedad presuntamente opulenta, porque explicando una conducta individual terminaba reflexionando sobre el mundo que nos rodea. Desde ese punto de vista la película no era ni es política. A Von Trotta no le interesaba el cómo ni el qué, sino el por qué del asunto, y así surgían factores que explicaban el drama actual: un padre tiránico que provocó rebeldías juveniles; una guerra que arrasó con los sueños de infancia; luchas revolucionarias en otras zonas del planeta; el impacto emocional al ver por primera vez, sin previo aviso, los campos de exterminio en una exhibición de Noche y niebla de Resnais. El anecdotario hacía progresar la acción, pero también armaba un rompecabezas casi insoluble que revelaba la conciencia de dos mujeres idealistas, luchadoras y muy distintas entre sí.

La sutileza con que Von Trotta abordó los hondos contenidos de su film aclaraba el panorama al espectador, que si tiene buena memoria recordará ejemplos al respecto: 1) Julianne y su cuñado dialogaban por la tenencia del hijo de Marianne; se detectaba tanto malestar en la mujer y tan enorme desconsuelo en el joven, que la imagen siguiente (un coche con el motor encendido en medio de un bosque) revelaba sin palabras el suicidio del hombre; 2) dos tazas de chocolate caliente servidas en un bar provocaba una sonrisa en ambas hermanas, y las conectaba con una situación idéntica del pasado familiar, en que otro par de tazas ayudaban a entender mejor el presente; 3) Julianne visitaba a su hermana en la cárcel, y al irse Marianne le proponía intercambiar sus buzos; para la primera ese acto contenía un hondo significado afectivo, pero para la otra en cambio era utilitario (pasar un papelito con un mensaje cifrado a un camarada): una vez más, en silencio, el film aclaraba al espectador la insalvable distancia vital entre las dos mujeres; 4) el joven hijo de Marianne, del cual Julianne terminaba haciéndose cargo, era callado, inestable, peleado con la vida y la gente; cerca del final sabremos que fue víctima de un atentado perpetrado por sus compañeros de colegio: de nuevo sin discursos se insinuaba que las formas de ejercer la violencia clandestina son muchas, aunque las consecuencias (odio, fanatismo) sean siempre idénticas e imprevisibles.

Rever hoy Las hermanas alemanas nos permite dar cuenta que nada ha cambiado para bien en el mundo, y que el azar parece seguir siendo determinante en la vida humana: al fin y al cabo, la guerrillera Marianne era la mimada de papá y menos rebelde que Julianne, mientras que ésta nunca quiso ser madre y termina siéndolo a la fuerza. Pero un dato más debe tenerse en cuenta para dimensionar en su justa medida la firmeza de contenidos de esta película: su verdadero título es Los años de plomo. Con ese dato podremos juzgar en su justa medida la requisitoria de la cineasta a una época violenta como pocas. Los años de plomo eran y son los del terrorismo callejero e institucional; los de las guerras constantes y su exterminio de todo lo que no resulte económicamente redituable a las potencias; los de la premeditada desinformación que ejercen los zares de las noticias; los de un país súper tecnificado como Alemania, que sin embargo en 1981 tenía 30.000 niños maltratados en sus hogares y 78.000 viviendo en orfanatos. Los porcentajes de esa situación siguen siendo idénticos en la actualidad. Esos son los años de plomo en los cuales millones mueren de hambre año tras año, ante la mirada opulenta del capitalismo salvaje, que derrocha en unos pocos lo que les corresponde a todos. La falta de amor por nuestra propia raza es la denuncia central del film, y es lo que le otorga una grandeza y una vigencia infinitas. Por eso en el convulsionado Uruguay de la salida de la dictadura Las hermanas alemanas fue un acontecimiento cultural, y por eso en medio de la infamante globalización que vivimos, la película debe seguir siendo un faro potente de luz en medio de las zonas más oscuras del mundo.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".