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8910 por Luis Nieto

8910  por Luis Nieto
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La opinión de numerosos especialistas, incluso del equipo de gobierno, es que todos, más tarde o más temprano, acabaremos contagiados por el coronavirus.

Esta pandemia tiene una progresión geométrica: 1-2-4-8-16-32-64-128-256… Esta enfermedad es tan complicada que el contagiado puede, a su vez, contagiar a otras  personas en las dos semanas previas a que tenga síntomas de estar infectado. De acuerdo a la experiencia española, el Dr. Quique Caubet, del Hospital Vall d’Hebrón, de Barcelona, plantea el desarrollo de la enfermedad en estos términos: de cada 1000 personas portadoras del virus, 900 no tendrán síntomas, ni siquiera se van a enterar que estuvieron enfermas. De las otras 100, 80 van a confundirla con una gripe fuerte: tos seca, fiebre, dolor de cabeza y músculos. Tendrán que hacer cama pero la soportarán estando en la casa, sin más consecuencias.

De los 20 restante de aquellos 1000 infectados, es donde está el enorme problema. Lo es porque el crecimiento de la enfermedad es muy rápido. 15 de esos 20 sufrirán una neumonía bilateral, con dificultad para respirar, tendrán que ser hospitalizados para recibir corticoides, oxígeno y broncodilatadores. Los otros 5 de aquellos 1000, van a desarrollar una fibrosis pulmonar que exigirá ser internados en cuidados intensivos, con respiración asistida. No podrán respirar por sí mismos. 3 Van a morir, irremediablemente, y los 2 que se salven, muy posiblemente, tendrán que pasar por un trasplante de pulmón. El virus se caracteriza por obstruir las vías respiratorias con una mucosidad viscosa que se solidifica rápido. En esas circunstancias, el tratamiento en el CTI es una lucha muy desigual contra la velocidad con que los pulmones terminan totalmente obstruidos.

El sistema sanitario español está conceptuado como de los mejores del mundo, tanto en cobertura como en calidad, y eso aconseja no menospreciar las cifras que hayan surgido del terrible drama que está viviendo.

Si tomamos el estudio del Dr. Caubet para aplicarlo a Uruguay, de los 3 millones 300 mil uruguayos, sólo 330 mil tendrían síntomas de la enfermedad. De estos, 237.600 lo sobrellevarán como una gripe fuerte, sin necesidad de abandonar el domicilio. Pero 59.400 necesitarán ser hospitalizados, donde recibirán tratamientos con corticoides, oxígeno, broncodilatadores. De esos pacientes, 14.850 deberán ser ingresados a un CTI. Tres de cada cinco de esos pacientes, 8.910, fallecerán, los otros 5.940 afrontarán consecuencias que pueden llevarle, incluso, al trasplante pulmonar. Esos son los números fríos de una crisis que ha impactado en todo el mundo, y que no leerlos con atención puede llevar a no valorar frente a qué estamos. Las consecuencias económicas vendrán después, pero frente a un monstruo que puede causar a la ciudadanía uruguaya 8.910 muertos, y 5.940 que quedarán con su salud muy comprometida, es lo suficientemente removedor para que actuemos como si estuviésemos frente a una guerra que será un antes y un después para nuestro país.

Lo peor está por llegar. En las próximas semanas casi 60 mil compatriotas tendrán/tendremos que ser atendidos en hospitales. Familiares y amigos pueden estar en esa situación. Más allá de las medidas que esté tomando el gobierno, esto es cosa de todos, porque algunas de estas consecuencias tendrán atenuantes si somos conscientes a qué nos enfrentamos. El gobierno está liderando la lucha contra el conavirus, y, aparentemente, no ha perdido el tiempo para prever lo que puede venir, sin alarmar a la población. Hizo bien, lo que va a ahorrar vidas humanas será la racionalización de los recursos, y tenerlos a disposición cuando llegue el momento más difícil.

Todos nos vamos a enfermar, pero si nos enfermamos al mismo tiempo, el sistema de salud no podrá atender a casi 60 mil personas en los próximos meses. Las recomendaciones de la autoridad sanitaria debemos tomarlas muy en serio. La carga viral del enfermo es decisiva. Cuanto mayor sea la carga viral mayor será el daño que el virus haga a nuestros pulmones. La higiene, el aislamiento social, es el aporte que nos hagamos a nosotros mismos, a nuestras familias, y a nuestros conciudadanos. Cuanto menor sea el impacto viral en nuestro organismo mayor será la posibilidad de no caer en ese fatídico 5% que requerirá de tratamientos intensos, y aún así, estando en ese grupo, nada podrá asegurarnos la vida.

Ojalá que las instituciones de salud y el gobierno conduzcan a los uruguayos hacia un desenlace menos doloroso del que describe el Dr. Caubet, pero es preferible abrir los ojos y comprender que estamos frente a algo que nuestro país nunca tuvo que enfrentar. Es un monstruo complejo y cruel, nos pondrá a prueba como sociedad.

Estamos a punto de cruzar la línea roja. Evitamos invocar al miedo, pero ¿cómo se le llama a eso que sentimos al tener conciencia de que tal vez estemos compartiendo la última comida con nuestra familia, o con un amigo querido? Esta pandemia no respeta barreras, y ni siquiera tomamos en cuenta que hacemos una vida normal y ya, posiblemente, estemos contagiando a otros. Miremos nuevamente la progresión con que empezamos este artículo. El avance silencioso de la enfermedad ha sido su mayor éxito. Eso ya no depende de nosotros, lo que sí podemos hacer es minimizar su trabajo sordo, dificultar la velocidad con que se desplaza, y el volumen del contagio, porque en ese tiempo que el virus no se manifiesta podemos estar bajando la guardia, cuando el único éxito imaginable puede estar en mantenerla levantada mientras sea posible evitar la fuerza del impacto.

La gravedad de estas circunstancias no admite irresponsabilidades ni demagogia política. Los liderazgos están a prueba en estos momentos, y esos liderazgos van a ser necesarios el día después. El diálogo que no hubo antes no se va a dar en estas circunstancias, como no sea para reafirmar las decisiones del gobierno. La caceroleada, cuando la población homenajeaba al personal sanitario será tomada muy en cuenta en cualquier futura conversación entre gobierno y oposición.

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