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Danza macabra de Stephen King

Danza macabra de Stephen King
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La reedición en español del grueso volumen de Stephen King titulado Danza macabra pasó desapercibida para el público. La razón parece simple: pese al sugestivo título, lo que el lector hallará aquí no será la clásica novela de terror o los nuevos cuentos del mediático autor, sino un extenso repaso al género fantástico en cine, TV y literatura entre 1950 y 1980. Una reacción primaria del lector podría ser la sorpresa, aunque la decisión de King de edificar su largo ensayo sobre tan popular género resulta coherente con su labor como escritor e incluso con sus gustos personales.

King nació en Portland en 1947, y en su infancia y adolescencia pueden rastrearse varios episodios que darían sentido a sus futuras inclinaciones artísticas. Cuando tenía dos años el padre abandonó el hogar, sumiendo a su familia en grandes problemas financieros: por eso para él “no hay creación artística sin infancias problemáticas”. Un segundo dato daría cuenta de sus preferencias por lo macabro: siendo niño, King presenció un horrible accidente, en el cual uno de sus amigos quedó atrapado en unos rieles y fue arrollado por un tren, ante la impotencia del resto de sus compañeros. Un tercer punto es que comenzó a escribir desde muy temprana edad, sacando su material de películas de la época. Por último, sus excesos personales tienen correspondencia con los que aquejan a sus personajes: desde la adolescencia King mantuvo altos niveles de adicción, en un amplio espectro que cubrió el alcoholismo, los cigarrillos, la cocaína y los barbitúricos. De esa etapa angustiosa lo ayudaron a salir su esposa y sus amigos a fines de los 80, cuando ya era famoso, millonario y cuarentón.

Esa “mitad siniestra” de King, esa “zona muerta” de su vida, ha sido mucho menos publicitada que la del escritor exitoso. En el prolífico conjunto de su obra, King definió un estilo de escritura en el cual, para desarrollar una buena historia, deja que la pequeña simiente crezca y se desenvuelva desde allí. A ese efectivo método pueden sumarse su reconocido gusto por los detalles de ambientación y un cierto carácter de continuidad interna, que permite que sus historias se vean conectadas por la reaparición de algunos personajes secundarios o la invención de una geografía particular, como su ficticio condado Castle Rock. Allí puede percibirse la influencia que el notable H. P. Lovecraft ha ejercido sobre King, aunque entre ambos existan diferencias sustanciales: si en el primero resalta una ejemplar concisión narrativa al servicio de un macizo pesimismo, en el segundo el efectismo de diálogos y situaciones conduce casi siempre a finales felices o positivos. Ese triunfo del Bien sobre el Mal lo ha llevado a Hollywood, industria que desde el comienzo sacó partido a las entretenidas historias de King.

No parece sorpresivo entonces que Danza macabra repase 30 años de género fantástico en cine y literatura. El relevamiento se detiene en 1980 porque el libro fue editado en ese momento, aunque no conoció traducción al castellano hasta 2005. Esa tardía traslación es justamente el talón de Aquiles de esa edición. Sabido es el tono narrativo informal que utiliza King en sus narraciones, como si sus lectores fueran también sus amigos o vecinos. Ese estilo contrasta con los oscuros temas que aborda, y es el que desarrolla a lo largo de este ensayo. En teoría debería funcionar a la perfección, pero extrañamente el respeto del traductor por esa manera cómplice de abordar el material quita seriedad a parte del asunto.

Más allá de esa molesta salvedad, el libro puede ser un placer para cinéfilos. Partiendo de una experiencia autobiográfica (una doble función integrada por Invasión de discos volantes de Fred Sears y El día que paralizaron la tierra de Robert Wise), King comienza su libro definiendo al terror como “el espacio que existe entre el mero espectáculo destructivo de horror y los verdaderos alcances filosóficos de la ciencia ficción”. Allí está el disparador para recorrer un género en busca de la pregunta perdida: ¿por qué hay personas dispuestas a pagar a cambio de sentirse extremadamente incómodas? “El buen cuento de horror”, reflexiona King, “avanza bailando hasta alcanzar el centro de la vida del lector, donde encontrará la puerta secreta a esa estancia que usted creía que nadie más conocía”. Es esa danza la que el autor hace bailar al lector, y en ella lo sumerge al estudiar la ficción de terror como removedora de temores sociales, económicos, tecnológicos y políticos inconfesos.

Aunque para King la verdadera danza macabra del género fantástico -y su impacto en el consumidor- radica en que novelas, films y series de TV tratan el horror funcionando a dos niveles. A nivel primario está la repugnancia: cuando Linda Blair vomita en la cara de Max Von Sydow en El exorcista, o cuando el monstruito hace estallar el tórax de John Hurt en Alien, el espectador da vuelta la cara ante una incontenible sensación de asco. Sin embargo, el género puede acceder a niveles de sugerencia más poderosos, en los que la labor del horror es realmente como una danza que busca que el público viva a su nivel más primitivo. Ejemplos de ello son el inquietante inicio de El exorcista en Persia, o los ominosos pasadizos de la fantasmal nave de Alien, por no hablar de la escena del asesinato en la ducha de Psicosis: allí vemos al asesino y la víctima, al cuchillo y la sangre, aunque Hitchcock nunca enfoca al cuchillo penetrando en la carne de Janet Leigh, porque el verdadero horror no es físico, sino que está alojado en nuestra mente. En esos films (y El bebé de Rosemary es otro ejemplo al respecto) el horror se transforma en arte, porque lo que busca está “en los puntos de presión fóbica que abren aquella puerta secreta a la estancia desconocida referida anteriormente”. Vale la pena zarandearse un rato al ritmo que King propone.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".