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El ego exterminador

El ego exterminador
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Uno de los momentos más memorables de El ángel exterminador, filme de Luis Buñuel filmado en México en 1962, es el que muestra el intento de un grupo de burgueses de abandonar la casona en que han cenado luego de asistir a la ópera. Uno tras otro van hacia la salida pero algo los detiene y les impide atravesar el umbral del salón en que se encuentran. Encerrados, y sin que tampoco nadie pueda entrar, intentarán sobrevivir en un espacio acotado en el que todos los valores de convivencia burgueses se derrumban. La situación será subrayada por un sinfín de escenas recurrentes, repetidas, tal cual es la vida como decía el director español. Al comienzo de la película el personal de servicio de la mansión había huido, también sin razón aparente, escindiéndose claramente de la clase social afectada por la parálisis que se impone en el espacio en que se han reunido. Y si bien las interpretaciones sobre esta película se han ido acumulando, algunas preguntas del propio autor quizá sean una clave: “¿Por qué no se entienden? (…) ¿Por qué no llegan juntos a una solución para salir de la casa?

La ideología, entendida como un conjunto de valores, ideas y principios que determinan una forma de interpretar la realidad y de actuar sobre ella, es un concepto clave justamente para permitirnos interpretar la forma en que algunos individuos o colectividades se posicionan ante una situación. Y quienes afirman no tener ideología suelen ser quienes más transparentan coincidir con un determinado orden de valores dominante que simplemente consideran “natural” y pelean porque permanezca. Uno puede pensar que este concepto está en el centro de la pregunta de Buñuel ¿Por qué no llegan juntos a una solución? ¿Será por su ideología liberal individualista que ve en el otro alguien con quien competir más que alguien con quien colaborar?

En épocas de “modernidad líquida” se pretende que la ideología es un concepto más flexible y que cada individuo es capaz de tomar decisiones de acuerdo a sus intereses personales. La sociedad capitalista contemporánea ha generado un sinfín de estrategias que nos ilusionan con la idea de consumo personalizado. Eso está detrás de los algoritmos que hacen que, por ejemplo, las redes sociales nos ofrezcan lo que deseamos, a partir de identificar patrones de comportamiento en nuestras interacciones. Esto se potencia desde que el teléfono también es una computadora que nos indica la rutina diaria y hasta evalúa nuestro estado de salud. Pero claro, esos algoritmos se alimentan de un comportamiento individual que no es asocial, y que está, en gran medida, condicionado por la ideología dominante de la sociedad a la que pertenecemos. Por lo tanto lo que sucede es que las tecnologías refuerzan nuestra alienación ideológica al mismo tiempo que nos creemos más “libres”.

Ego es el nombre de un espectáculo escrito por el dramaturgo catalán Marc Angelet que se estrenó en Montevideo el año pasado con dirección de Gonzalo Varzi. El detonante de la obra es una serie de misteriosos suicidios que cada media hora tienen lugar en la ciudad sin mayor conexión entre sí. Un policía llega al sitio en donde trabajaba el primer suicida buscando resolver el caso, y se encuentra en un garaje en que se desarrollan aplicaciones para teléfonos celulares. En ese espacio transcurrirá todo el espectáculo, pero la acción lineal que llevará a la solución del caso será atravesada por una serie de flashbacks que servirán para que el espectador, junto al policía, vaya descubriendo la génesis de los suicidios. Algunos momentos recurrentes servirán de separación entre momentos temporales diversos.

El cruce entre thriller policial y comedia se organiza merced a la parodia de ciertos arquetipos de los personajes que protagonizan la historia. En Ego tenemos desde el policía algo primitivo pero tenaz que logra sus objetivos, hasta el joven freak genio de las computadoras pero incapaz de interactuar naturalmente en sociedad. En medio personajes que fluctúan entre el amor y el odio a la tecnología, pero todos seducidos por una aplicación que instalada en el celular será capaz de interpretar al dueño del móvil e indicarle qué hacer, cómo actuar, librándolo de la necesidad de pensar por sí mismo y tener que tomar decisiones. Ego se convierte así en la síntesis ideológica de los protagonistas y los libera de tener que asumir la responsabilidad por sus acciones individuales. Ahora será la aplicación la que dirigirá sus vidas, configurándose un modelo ideal de ideología alienante, que controla al individuo sin capacidad de reflexión crítica. De hecho, uno de los momentos clave del espectáculo repite la escena de El ángel exterminador con que comenzamos esta reseña. Alertados por las consecuencias de ego y convencidos de la necesidad de impedir que siga funcionando, ninguno de los personajes logra ir más allá del umbral del teclado. Uno tras otro, sin saber porqué, se sientan frente a la computadora para desconectar la posibilidad de descargar la aplicación, pero ninguno da el paso, la ideología (la aplicación en este caso) opera más allá de la voluntad.

El equipo que dirige Varzi adaptó el texto a nuestro contexto desde el lenguaje hasta las referencias populares, lo que parece haber sido logrado en un trabajo paciente y colectivo si pensamos en la naturalidad con que el elenco nos trae a sus personajes. En particular se destaca la adaptación del investigador Méndez que encarna Antonio Di Matteo. Las características arquetípicas del personaje, policía abandonado, desaliñado, limitado intelectualmente pero perspicaz, son explotadas al máximo en una adaptación que no descuida ni siquiera hacerlo hincha de un club de fútbol menor de nuestro país.

Ego es un espectáculo divertido, dinámico, que atrapa al espectador y no lo suelta un instante mientras le obliga a preguntarse si no será que lo que sucede en el escenario ya no estará sucediendo fuera. Vimos la última función de la temporada 2020 en la sala Atahualpa de El Galpón, pero esperamos que haya más ego próximamente. Estén atentos.

 

Ego. Autor: Marc Angelet. Dirección: Gonzalo Varzi. Elenco: Alba Maronna, Joel Fazzi, Gerónimo Bermúdez y Antonio Di Matteo.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.