El grito
Hace décadas que, asomada a la parte superior de la puerta de la casona, la figura grita. Difícil es de interpretar el mudo alarido que emite, la boca bien abierta. Empero, por la expresión del rostro, resulta obvio su deseo de comunicar algo que no augura nada bueno. Sin embargo, se ignora si se trata de una advertencia, de una invectiva o de un lamento.
A pesar de que, a diario, pasan a su lado miríadas de transeúntes, hasta ahora, los pocos que se han detenido a observarla no han logrado comprender su mensaje silente. Y el resto, la inmensa mayoría, con indiferencia, ha seguido su camino.
Aún así, la situación permite aventurar una exégesis. Tal vez de ella se desprenda una comprobada verdad: los humanos suelen hacer oídos sordos a las amonestaciones. Hasta que un buen día, “más veloz que el arpón del asesino”, la cara de la desgracia se les planta enfrente y los mira a los ojos.
(Ubicación: 25 de Mayo 581)
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