Tal vez se trate de que un detalle especial del clima de esta región del mundo propicie su nacimiento. O, quizá, tenga algo que ver con ciertas cualidades que, otrora, los artesanos les infundían a los materiales con los que trabajaban. O también puede ser que la cuestión se relacione con esa magia que la estética les imprime a determinadas creaciones humanas… Sea por una razón u otra, lo cierto es que en gran número de antiguas casas montevideanas los herrajes y rejas de ventanas y puertas así como los barandales de los balcones florecen. Estos particulares brotes metálicos poseen una cualidad única: sus corolas y pétalos –a pesar de que con frecuencia carecen de color y están carcomidos por el herrumbre– desprenden una sutil fragancia de belleza que encanta a los ojos.
Desde que cayó en la cuenta de ello, cada vez que el hombre sale de su casa, experimenta la sensación de internarse en un extraordinario jardín botánico. Y va alerta, pues sabe que, a la vuelta de cualquier esquina, lo espera la peculiar alegría de descubrir una de aquellas maravillosas flores de hierro.
(Ubicación: Juan Carlos Gómez 1271)

