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El monstruo y sus circunstancias

El monstruo y sus circunstancias
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Mary Shelley, vista en perspectiva, representa un caso particular de las letras de su tiempo. Si bien al casarse toma el apellido de su esposo, el poeta Percy Shelley, es Mary quien ha hecho popular el apellido. Y lo hizo merced a una obra que que, casi inaugurando un género literario, también es paradojal respecto al nombre de lo que enuncia. Frankenstein o El moderno Prometeo, la obra más popular de Mary Shelley, definitivamente engendra un cruce de sentidos que, conscientemente o no, anuda gran parte de los conflictos de una modernidad que se estaba abriendo paso por el globo al mismo tiempo que señalaba indicios de crisis. Y es que Mary Shelley, que en 1816 crea el embrión de su obra a partir de una propuesta lúdica junto a su esposo y a los escritores Lord Byron y John Polidori, termina intuyendo la prepotencia positivista que pretende conquistar el absoluto desde la ciencia. Frankenstein es el nombre de un científico que, jugando a ser dios, desata tormentas que no puede controlar. El “collage” humano al que intenta dar vida en la ficción terminará tomando el nombre de su creador mientras lo interpela configurando una subjetividad desgarrada más que monstruosa.
Mary Shelley vive en un período de cambios y revoluciones. Su padre, William Godwin, era un socialista utópico; su esposo un poeta individualista radical; y su madre, Mary Wollstonecraft, una intelectual precursora del feminismo autora de Vindicaciones de los derechos de la mujer. La modificación económica y política que se vive entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX genera la idea de que “todo lo sólido se desvanece”, y muchas veces es la intuición poética la que vislumbra los nuevos contornos que reordenan el todo social. Quizá allí esté una de las claves de la permanencia de Mary Shelley y de su obra.
La actriz, dramaturga y directora Sandra Massera hace tiempo que tenía la idea de escribir sobre la autora de Frankenstein, y la lectura de En busca de Mary Shelley, de la poeta y académica Fiona Sampson, la terminó de inspirar. Pero la investigación no se redujo a Shelley, sino que también tomó como objeto la vida y la obra de su madre, Mary Wollstonecraft, quien falleció luego de complicaciones por el parto de Mary. Pensando en reunir en el escenario a ambos personajes Massera sintió que: “era fundamental que en el espectáculo aparecieran la madre y la hija encarnadas por una sola actriz. No convivieron y eso es más fuerte aún para qué sean representadas por una sola mujer. Igual sentí que era bueno que dialogaran imaginariamente en el final. Esto ofrece un atractivo recurso de puesta en escena, lo mismo que el tul que es tul de cuna, bebé y monstruo”.
La continuidad entre la vida y las obras de ambas Mary queda subrayada al ser representadas por la misma actriz, mientras que el contorno del monstruo se diluye. Tanto Wollstonecraft como Shelley fueron mujeres que intentaron vincularse en pie de igualdad con los hombres. Ambas desarrollaron una labor intelectual que ha perdurado, y desde la que se puede seguir interpretando el presente ya bien entrados el siglo XXI. Y pagaron un costo por eso. El significado de ese monstruo que paren las dos mujeres en la propuesta de Massera parece trascender ampliamente la creación literaria.
Un aspecto relevante de Las madres del monstruo es que la autora dialoga, a partir de la obra de las escritoras, con el contexto social en el que se mueven. Y esto no necesariamente a partir de circunstancias concretas reales, sino simplemente a partir de situaciones plausibles, algo que ya habíamos visto en Camino a Kafka, obra de Massera dirigida por Iván Solarich. Sobre este punto la dramaturga señala: “El contexto histórico es fundamental para entender las motivaciones y emociones de los personajes. Sobre todo de gente que vivió en el marco de una Revolución, una guerra o el comienzo del nazismo como Kafka. Kafka murió unos meses después del Putchs de Munich. Imagino que había sentido hablar de Hitler. Hechos reales, hechos plausibles, componen la imaginación artística. A veces más interesante que la realidad misma. Si un escritor pudiera hablar con su criatura y ésta con él ¿qué se dirían? Ya lo escribió Mary en su novela. La Criatura le reprocha al médico Frankenstein haberlo creado. Joseph K. bien le podría reprochar a Kafka que lo puso en una situación de acusado sin sentido. El sin sentido de la guerra, la burocracia, la discriminación”.
Volviendo al comienzo, y siguiendo con la línea de reflexión que Massera comparte, el engendro configurado por el espíritu de esas dos “madres” también es el producto de una época, y parece ir bastante más allá que la creación literaria concreta. La tensión que genera la figura del científico que pretende generar vida emulando a Prometeo tiene el contrapeso en otros científicos, ignorantes y pedantes a la vez, responsables directos de la muerte de mujeres y niños en los partos. Y ese dolor que atraviesa a las mujeres parece ser otra de las claves desde la que pensar el espectáculo.
Noelia Campo vuelve a trabajar en un unipersonal con Massera luego de La bailarina de Maguncia, y vuelve a crear desde algunos espacios que parecen delimitar el devenir de sus personajes. La manipulación de algunos objetos sirve de apoyo para generar las sensaciones que atraviesan a los personajes centrales que interpreta, dos mujeres que fueron a contramano de las convenciones sociales de su tiempo. Junto con esos objetos el diseño delimita un espacio que simboliza el desgarrarse de esas mujeres, un desgarrarse seguramente no solo físico, que alumbró sin embargo una obra que llega hasta el presente.

Las madres del monstruo. Autoría y dirección: Sandra Massera. Actriz: Noelia Campo. Voz: Fabricio Galbarini. Preparación corporal: Norma Berriolo. Diseño de Iluminación: Álvaro Domínguez. Diseño y realización de Vestuario: Cecilia Parra. Escenografía: Eduardo Delgado/Carlos Rehermann. Fotografía: Lucía Rehermann.

Funciones: sábados a las 21:00. Teatro Alianza (Paraguay 1217)

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.