La dama de los dones

Heredó sus poderes de la Diosa primigenia, que gobierna el universo mientras navega por los cielos. Vino a dar a estas costas debido a una serie de causas y azares que a los hombres, si se preocuparan por comprender, les resultarían ininteligibles. En un tiempo lejano, anidó en lo alto de la fachada de una antigua casona del sur de la ciudad a orillas del estuario. Desde entonces ha repartido sus dones entre quienes tuvieron la fortuna de cruzarse en su camino.

Enemiga jurada del Basilisco y la Gorgona, si unos ojos humanos se encuentran con los suyos, su clarividencia penetra a través de aquellos hasta el alma y su poder divino restaña las heridas que la vida le pudo infligir. Producto de lo cual, los bajos sentimientos (el rencor, la ira, el odio) dejan de destilar sus dañinas pulsiones. Entonces, el espíritu del favorecido por el milagro, repuesto, recobra la paz y la sencilla alegría de existir.

A lo largo de la historia, no pocos montevideanos se han beneficiado de su fantástica cualidad curativa. Empero, de un tiempo a esta parte, las gentes de por aquí parecen haber caído en un curioso ensimismamiento y ya no levantan la vista con tanta frecuencia como antes. Si lo hiciesen, sin duda, aumentarían las posibilidades de que el bálsamo que emana de las pupilas de la dama de los deseos volviera sus vidas más amables.