Salle y bastante más Por Hoenir Sarthou
¿Está surgiendo un espacio nuevo de opinión política en el Uruguay?
Anticipo que mi respuesta es “si”. O “casi sí”. Porque esa afirmación tiene una condición importantísima. Y la condición es no querer medir el fenómeno con la clásica contabilidad de organizaciones partidarias o con encuestas de intención de voto.
Como todo fenómeno social incipiente, éste al que me refiero no aparece todavía retratado fielmente en las encuestas. Y probablemente no aparezca en su verdadera dimensión incluso en el resultado electoral del próximo domingo.
Pero vayamos por partes. ¿De qué estamos hablando?
Me refiero a la aparición de un sector de la opinión pública que está percibiendo la realidad del Uruguay -y en buena medida la del mundo- en forma muy diferente a como la describen y la dan por supuesta las cúpulas del sistema partidario y sindical, los politólogos, los medios formales de comunicación, y la mayoría de la Academia.
Si tuviese que sintetizar en una frase esa percepción, diría: consiste en observar con desagrado que el Uruguay está siendo gobernado por intereses extranjeros y que la mayor parte de nuestro sistema institucional opera objetivamente al servicio de esos intereses y no en el de la mayoría de los uruguayos.
Se lo puede ejemplificar, desarrollar, dibujar y versificar de muchas maneras, pero la clave es esa: el país y sus recursos están al servicio de intereses extranjeros y nuestros gobernantes, autoridades, científicos y comunicadores hacen como que no lo notan mientras siguen al pie de la letra las recomendaciones de los tecnócratas de los organismos internacionales y los reclamos de los grandes “inversores” extranjeros, que son los que en realidad deciden.
No es que la situación sea muy nueva. Lo nuevo es la grosería con que se exhibe y el desparpajo con que la aceptan quienes tendrían el deber de hacer otra cosa.
Si quieren ponerle nombres, llámenla ley forestal, Banco Mundial, Montes del Plata, AFAPs, Arazatí, regasificadora, FMI, ley de puertos, zonas francas, tratados de protección de inversiones, agua gratis, UPM1 y 2, ley de riego, bancarización, deuda externa, Katoen Natie, pandemia, Pfizer, transformación educativa, BID, reforma jubilatoria, Neptuno, o Hidrógeno verde.
Si me apuran, hay dos factores que han sido definitorios para la conformación del estado de opinión del que hablo. Uno es la lluvia creciente de contratos de inversión leoninos. El otro fue la pandemia.
Si la acumulación de contratos de inversión inaceptables es la prueba material de la realidad, de que se nos llevan el país de debajo de nuestros pies, la pandemia fue la prueba emocional. La confirmación de que no sólo nosotros, sino el mundo, estamos bajo poderes externos a los que no les importamos en absoluto y frente a los que la enorme mayoría de los gobernantes sólo se atreve a dos posturas: arrodillarse, o tirarse de cara al suelo.
No digo esto por casualidad. Los contratos, el endeudamiento, el daño ambiental, estaban desde antes, pero sólo conmovían a los ambientalistas, a algunos economistas honestos, y a los pocos uruguayos preocupados por la calidad republicana del país.
La pandemia fue el factor épico. El que mostró -lo reconozcamos o no- que de decisiones de alcance global, tomadas por tecnócratas y corporaciones situados a miles de kilómetros de distancia, podían depender nuestras vidas, nuestra salud, nuestras libertades y nuestros medios de vida. Para quien lo vivió en actitud “disidente”, o “negacionista”, o “antivacunas”, fue una experiencia imborrable. Para otros, que confiaron y se sometieron a la disciplina y la inoculación, se está volviendo imborrable ahora.
Lo que estoy diciendo es que la mirada sobre la realidad es muy distinta si uno le cree al sistema político e institucional, que si uno percibe que el poder está en otro lado y que lo que vivimos como gobierno y elecciones es poco más que una pantomima cruel.
Voy ahora a la demostración de expresiones concretas de ese nuevo estado de opinión al que me refiero.
La acumulación de contratos, el daño ambiental, y luego la pandemia, generaron múltiples cosas. Movidas ambientalistas, grupos disidentes casi secretos, redes sociales, medios de comunicación alternativos, partidos políticos nuevos, movimiento ciudadanos, el resurgimiento del concepto de soberanía, proyectos de reforma constitucional. En suma, una difusa y confusa sensibilidad disidente, con contradicciones y enfrentamientos internos, pero con algo en común: el descreimiento o el rechazo al discurso político “oficial”, que niega la dependencia externa y que entonan tanto el gobierno de turno como la oposición de turno.
Las encuestas le dan hoy al plebiscito de la seguridad social atendibles chances de éxito, para desesperación del gobierno y de la oposición “oficial”. También le dan un crecimiento importante al partido Identidad Soberana, que lidera Gustavo Salle.
Nada de eso es casual. Pero tengamos presente que son expresiones superficiales de algo más profundo que está ocurriendo y que recién empieza.
El plebiscito de papeleta blanca marca una ruptura significativa de la obediencia partidaria. Van a votar “sí” muchos frenteamplistas, blancos, colorados, cabildistas e independientes. Y muchos que no tenemos partido. ¿En qué medida esa ruptura será permanente y se expresará en otras desobediencias? Es algo que habrá que ver. Pero tiendo a creer que ciertas fisuras son inzurcibles, una vez que comienzan, sólo pueden seguir agrandándose.
En cuanto a Salle, me pasa algo curioso. Mucha gente poco informada da por sentado que voy a votarlo. Cosa que no voy a hacer. Para explicarlo, les voy a contar una anécdota.
Hace pocos días, un integrante de Uruguay Soberano concurrió al local central de identidad Soberana para hacer una pregunta. Le dijeron que Salle no estaba y fue atendido por la candidata a vicepresidente y por un señor que es conocido por su filiación católica.
La pregunta del visitante fue “´¿Por qué Identidad Soberana no apoya al proyecto de reforma constitucional Uruguay Soberano?”.
Las respuestas fueron surtidas. El interlocutor hombre respondió que “Porque allí hay masones”. La de la candidata fue “Eso de la masonería está saldado, el problema es que no creemos en esos movimientos ciudadanos de democracia directa y además llevan mucho tiempo juntando las firmas”.
¿Se entiende?
El espacio soberanista que Salle aspira a expresar y monopolizar no es obra suya. Es el resultado de un proceso de conciencia profundo que se está operando lentamente en la sociedad uruguaya.
Salle en realidad es una expresión caricaturesca y estridente de ese espacio. No por casualidad es la que han elegido los medios masivos de comunicación y el sistema político para ser la cara visible del fenómeno, la que se presenta con buen rating en las misceláneas y programas de entretenimiento.
El espacio que pretende capitalizar electoralmente Salle, proclamándose “el único que hizo tal o cual cosa”, es el resultado del esfuerzo, el sufrimiento, el pensamiento, la comunicación y el trabajo de mucha gente, de otros partidos, agrupaciones formales e informales, movimientos y medios alternativos o no de comunicación.
Lo delicado del asunto es que ha roto esos vínculos y alianzas que le dieron origen. Y eso apareja un problema. Identidad Soberana es un proyecto de carácter personalista y casi puramente electoral. Reduce un fenómeno mucho más amplio, que incluye procesos sociales, culturales, organizativos y comunicacionales complejos al terreno electoral, que es el terreno dominado por el dinero, la publicidad y el poder. Un ámbito que podría destruirlo con la misma facilidad y espectacularidad con que hoy lo recibe como el candidato “diferente” y pintoresco.
Falta decir que, aun en caso de tener éxito, será plenamente controlable y neutralizable. Salga senador o diputado, no moverá la aguja del poder. Podrá gritar o denunciar en tanto lo dejen. Pero el verdadero poder no se conmueve por eso.
Lo único que tal vez pueda revertir la situación de sometimiento que afecta al país es el desarrollo de un estado de conciencia colectivo, que es trabajoso, a largo plazo, y que no puede depender de supuestos héroes individuales.
Por suerte, dentro del espacio que debemos desarrollar hay otras opciones electorales. Más discretas, que tal vez han comprendido mejor la complejidad del trabajo colectivo que tenemos por delante y están más dispuestos a sumar acuerdos y superar diferencias. No voy a dar nombres. Cada uno sabrá.
Me parece bien que Salle acceda al Parlamento. No lo hará con mi voto. Porque creo que lo que necesitamos es sumar silenciosamente conciencias de distintos orígenes en pos de un objetivo común para los uruguayos.
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