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El terror ficticio como catarsis ante el horror real Por Carlos Acevedo

El terror ficticio como catarsis ante el horror real  Por Carlos Acevedo
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El terror es uno de los géneros más antiguos del cine. Ha ido mutando según las épocas, los gustos y las tecnologías. Sin embargo, hay un subgénero que sobrevive a las tendencias, a las nuevas sensibilidades e incluso a los efectos por computadora y la inteligencia artificial. El “gore”, que representa la vertiente más explícita y extrema, y que se popularizó durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, sigue más vigente que nunca. “Terrifier 3”, la más reciente entrega de la saga creada por Damien Leone, es una cabal muestra de ello.

Quizá algún psicólogo o psiquiatra haya logrado explicar por qué Estados Unidos es una nación tan propensa a la violencia. Habiendo participado activamente en todas las guerras mundiales y provocado numerosos conflictos bélicos e invasiones en el mundo entero, tienen, además, el récord absoluto de asesinos en serie y asesinos múltiples. La génesis de esta tendencia puede ser su genética belicista e imperialista y la laxa política en cuanto a la tenencia y porte de armas. Empero, lo cierto es que el país del Norte suele idolatrar la violencia, y el cine de acción, con personajes emblemáticos como Rambo, y el de terror, con una gran variedad de homicidas, psicópatas, zombies y demás, es un reflejo de la patología social que los aqueja.
Las primeras películas de terror, como el mismo origen del cine, fueron francesas y mudas. Sin embargo, el “ gore”, el subgénero que hace énfasis en la violencia más gráfica y truculenta, es, como era lógico suponer, una creación norteamericana.
El director de cine clase B Hershell Gordon Lewis, luego de haber probado sin demasiada suerte con algún atroz filme nudista de explotación, de esos que inundaban las salas barriales en los años 60, inventó una vertiente del terror que no buscaba generar suspenso mediante la creación de sombríos climas, al estilo de los monstruos de la norteamericana Universal Pictures ni de la inglesa Hammer, con films que llevaron a la fama a Christopher Lee y a su tétrico personaje de Drácula. El negocio era otro: mostrar, de la forma más truculenta posible, descuartizamientos, desmembramientos y decapitaciones, sin importar demasiado la trama, las actuaciones ni la ambientación. Su película “Bloodfeast”, de 1963, si bien es burda y rudimentaria desde el punto de vista cinematográfico, fue un inesperado suceso.
El realizador entendió que existía un público cansado de los monstruos irreales del cine de terror clásico, de los vampiros, los hombres lobos y los no muertos al estilo Frankenstein, y creó un asesino puro y duro, un demente acorde a los gustos de la generación hija de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y, que pocos años después, mataría y moriría en Vietnam, y se horrorizaría y fascinaría con las masacres del Clan Manson.
Los europeos, como los italianos Mario Bava, Dario Argento y Ruggiero Deodato, no tardarían, a su manera, en asimilar el nuevo estilo y generar su propia vertiente, que tuvo variantes en todo el mundo. Pero no sería hasta los años ochenta, primero con la saga “Viernes 13” y luego con la de “Pesadilla en la calle Elm”, que el subgénero maduraría y se asentaría definitivamente en la cultura popular.
Art el payaso, el protagonista de la saga “Terrifier”, es heredero de aquella rica y demencial tradición. El personaje es un evidente homenaje a psicópatas reales como el infame asesino serial norteamericano John Wayne Gacy, quien violaba y mataba adolescentes con la misma ropa de payaso que usaba para animar cumpleaños infantiles de niños de su barrio, y al onírico bufón cinematográfico Pennywise de la saga “ It”.
En la cultura norteamericana el horror real y el ficcional suelen confundirse. Mucha gente adora tanto a psicópatas como Charles Manson como a personajes como Freddy Krueger. En ese contexto, el demente asesino de “Terrifier”, con su exacerbaba violencia, con su macabro humor, con su mirada perdida, sus dientes podridos y su habilidad para matar o descuartizar cuerpos humanos con cualquier elemento a su alcance, es un reflejo distorsionado de esta sociedad radicalmente alienada.
El estilo de las películas dirigidas por Demien Leone es sencillo y directo, con tramas predecibles sacadas de abundantes filmes de horror del los años 80, y un singular talento para recrear al detalle horrorosas muertes y torturas valiéndose de efectos prácticos, como sangre falsa, maniquíes, maquillaje y prótesis.
“Terrifier 3”, que se estrenara en nuestras salas exhibidoras a fin de mes, seguirá el mismo estilo, dándole al espectador lo que promete: un poco de violencia irreal o ficcional en un mundo plagado de violencia real.

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