Si algo puedo adelantar de la presidencia de Donald Trump
es que llevará a la UE a cumplir sus deseos pese a que estos disten
de la conveniencia de los integrantes de la UE. A ello hay que sumar los conflictos internos de la UE, la incertidumbre sobre el futuro institucional de Rumania, el crecimiento de la ultraderecha escéptica, -que tan poco confía en el modelo comunidad- y que llegarán nuevos dirigentes políticos a Alemania y Francia -vectores de fuerza uno y dos de la zona-.
Para enfrentar a China en una guerra que se desarrollará preferentemente en el plano comercial, convergerán Trump y la UE, exhibiendo una no medular coordinación. Una primera cuestión a señalar es que la UE (Alemania así lo hace aunque no lo diga) no quiere cortar de cuajo relaciones con tan importante mercado.
Sin embargo, la posible unidad de forma para enfrentar a los chinos, no supone que Washington vaya a rebajar los aranceles que adelanta impondrá a los bienes importados de la UE, de entre 10 y 20%. Eso, como dicen los analistas, es parte del populismo, el narcisismo y la imprevisibilidad de la que Trump y su cohorte se rodean. Entre lo imprevisible pero posible está la próxima guerra arancelaria, contra socios, “influenciados” y competidores.
Por ejemplo, Patricia Cohen escribe que “se espera que la profunda incertidumbre sobre las políticas del gobierno de Trump en materia de comercio, tecnología, Ucrania, cambio climático y otros asuntos enfríen la inversión y frenen el crecimiento”.
Compartimos con ella que se verían de inmediato sus efectos sobre industrias importantes como la automovilística, la farmacéutica y la de maquinaria. Los europeos habrán de sumar a esto el aumento del gasto militar que les demandarán desde la Casa Blanca, agregando complejidades a los presupuestos y aumento de los déficits de la UE.
Alemania que ya está sufriendo un segundo año de recesión, ve tambalear su economía después que Rusia invadiera Ucrania y terminara el flujo de gas ruso barato, ingrediente clave del éxito industrial del país. Volkswagen, el mayor empleador de Alemania, anunció que cerrará plantas y despedirá trabajadores. La competencia de los coches eléctricos chinos ha obstruido las ventas del sector en el extranjero y en Europa.
Los dirigentes se debaten entre aplacar a China o enfrentarse a ella. Mario Draghi, expremier italiano, pidió aumentar la inversión pública anual en 900 mil millones de dólares para que Europa pueda invertir su estancada economía y competir mejor con EEUU y China.
En resumen, es de prever que la política exterior de presiones vuelva a apretar más sobre el petróleo iraní y el venezolano, mientras que el futuro de las sanciones al ruso está en dependencia de las negociaciones sobre Ucrania. La guerra comercial con China podría tener ramificaciones para el comercio energético, los hidrocarburos, las materias primas críticas y la tecnología.
En materia de clima no hay cómo equivocarse: la entronización de Trump paraliza la política climática del mundo desarrollado y parte de las negociaciones climáticas internacionales. Trump prometió políticas favorables hacia el gas y el petróleo, con la finalidad de alcanzar la “dominancia energética”. La nueva presidencia ha prometido dar certeza jurídica a la industria gasística y facilitar la construcción de gasoductos para aliviar “cuellos de botella”, en particular, en la cuenca Pérmica, la mayor zona productora de EEUU, y se especula en lo que hará la administración entrante sobre los permisos de explotación en el Ártico.
Lo más relevante para los sectores sector gas y petróleo estadunidense es que los próximos cuatro años serán “tranquilos” en materia de regulación ambiental: así se pospone el debate sobre el futuro papel de los hidrocarburos en la economía, en particular del fracking.
La principal promesa para el sector eléctrico es que EEUU tenga los precios “más bajos de la Tierra”; ha vuelto a asegurar que recuperará las centrales de carbón (no lo hará con las de energía nuclear) y pondrá freno a las renovables paralizando, quizá, las inversiones en redes eléctricas para generar energía eólica y solar.
La victoria de Trump supone el regreso de una política energética abiertamente favorable a la producción, consumo y exportación de combustible fósiles (no renovables) en EEUU.
El efecto de estas políticas para la UE es ambivalente, se opina. Por un lado, el incremento de la producción de hidrocarburos en EEUU debería ayudar a culminar el desacoplamiento energético europeo de Rusia y mejorar la seguridad de suministro europea, aunque la
aplicación de nuevas sanciones a Irán y Venezuela podría tener efectos contrarios.
Quiero en estos postreros renglones referirme a la promesa de Trump de acabar con la guerra en Ucrania con la reproducción de algunas informaciones de Alejandro Marcó del Pont. Si recordamos que una paz (suena más como un tipo armisticio) donde se da fin temporal a los combates y cada quien se queda dónde está, muchas de las regiones más ricas en recursos naturales las controla Rusia: el 63% de los depósitos de carbón, el 11% de los de petróleo, el 20% del gas natural, el 42% de los metales y el 33% de las tierras raras, como el litio. Esto debilita la economía ucraniana y también plantea riesgos para la seguridad energética de Europa, dependiente de estas materias para ampliar sus fuentes de energía. Asimismo, se refuerza en el escenario la idea de que Ucrania de postguerra está marcada por un debate geopolítico y económico, en el que las potencias involucradas buscarán maximizar sus seguridades futuras. Sin embargo, lo más sorprendente que escribe Marcó del Pont en su artículo es que “Informes especulativos atribuidos a la OTAN han sugerido una posible división administrativa de Ucrania en caso de una ocupación prolongada. Según estos informes, la costa del Mar Negro quedaría bajo influencia de Rumania; el centro y el este del país pasarían al control alemán; las zonas del norte, incluida Kiev, estarían bajo supervisión británica”. Faltó contemplar a Polonia.
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