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La pasantía de los chiquilines en la Torre Ejecutiva por Eduardo Gudynas

La pasantía de los chiquilines en la Torre Ejecutiva  por Eduardo Gudynas
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La sucesión de crisis que envuelven al gobierno, y que de una manera u otra implican secretos, mentiras o verdades parciales, es comentada de múltiples maneras. Pero entre ellas hay una que no puede esquivarse. Es que las mentiras expuestas, los secretos revelados o las desprolijidades, dejan en evidencia conductas y modos por los cuales la política del poder, esa que se cobija en el gobierno, está gestionando el país.

Es como si los reales dueños de una empresa llamada Uruguay, enviaran a sus hijos a una pasantía en la Torre Ejecutiva, para que ganaran en experiencia gerenciando el país. Los chiquilines lo habían reclamado, insistieron en que estaban listos, en que sabían cómo hacerlo, y con cierta petulancia proclamaron que lo harían mejor que la anterior gerentocracia.

Emocionalidades y gestión

Hasta ahora, esa pasantía en el ejecutivo tiene dos particularidades. Por un lado, es explicada e incluso legitimada, casi exclusivamente desde la emocionalidad, en especial la confianza y el amiguismo. Por otro lado, se relega la eficiencia y calidad en el manejo de las políticas públicas.

En cuanto a esa primera dinámica, se expresa en una secuencia en tres tiempos. El presidente apela a la confianza una y otra vez, destacando conocer a alguien por mucho tiempo, presentándose como un agudo detector de la veracidad. Recordemos que en el caso Penadés, formalizado por 22 delitos de índole sexual con menores, le creyó al entonces senador cuando lo “miró a los ojos” diciéndole “yo no fui”, agregando que sería un mal amigo si desconfiara. Seguidamente, cuando la confianza se derrumba ante la mentira, se expresa sorpresa, desazón y tristeza, escudándose en decir que no sabía. La ignorancia es teñida por la tristeza de haber sido traicionado. Finalmente, se pide que se confíe en el presidente o en otros integrantes del gobierno porque “darán la cara”, como si eso bastara como explicación o perdón.

Como puede verse, esos tres componentes son emocionales y se despliegan para despertar una sensibilidad de respaldo ciudadano. Entretanto, en paralelo, la calidad en la gestión en la presidencia y en los ministerios queda en segundo lugar. Es así que, como acaba de suceder, los ministros Heber y Bustillo no abandonaron sus cargos por un mal desempeño; no fueron determinantes que persistieran los problemas en la seguridad pública, o que más allá de los desplantes publicitarios en el MERCOSUR no hay casi nada para mostrar en las relaciones exteriores.

El contraste es enorme: la calidad de la gestión pública una y otra vez queda relegada, mientras que prevalecen los torbellinos de confianzas traicionadas. Esas condiciones fueron muy evidentes en los escándalos más recientes, como los de Astesiano y todas sus ramificaciones, el pasaporte de Marset y la torpeza en intentar ocultar errores, o en los respaldos a Penadés.

Confianza y traición

Es como si estuviéramos con un grupo de amigos que organizan esa primera experiencia laboral, sus pasantías, asumiendo que la amistad sería el criterio decisivo para asignar puestos y responsabilidades. No importaba que no supieran ni tuvieran experiencia en las áreas de política pública en sus manos, como por ejemplo reconocieron los dos ministros del interior (Larrañaga y Heber). Lo importante era la confianza y el amiguismo, y con ello se relegó la evaluación del desempeño, de la eficiencia y de los resultados de sus gestiones. Si en cambio, esas últimas condiciones hubiesen sido aplicadas, los ministros del interior, de relaciones exteriores y otros, debían haber sido suplantados mucho antes por el inadecuado o mediocre desempeño.

No se vislumbra un aprendizaje en la actual crisis y se persiste en la misma postura. El ejemplo más claro fue que el presidente dictaminó en su reciente conferencia de prensa, el convencimiento de que no hay nada ilegal en lo que hicieron los ministros cesados, a pesar de que la justicia recién está comenzando a analizar este nuevo escándalo.

Muy por el contrario, sea el presidente, su equipo, como el conjunto de ministros, tienen como principal tarea asegurar la mejor gestión, y deben ser evaluados en base a ese desempeño y sus resultados. Aunque esas son condiciones críticas para el funcionamiento del país, están siendo desplazadas sin despertar mucha alarma porque casi todos están entretenidos con una crisis que recuerda una telenovela. La amistad y la confianza, ese mirar a los ojos que citó el presidente, así como la lealtad al partido o a la coalición, se vuelve determinantes. Sin duda esos aspectos son importantes en un equipo de gobierno, pero no bastan para manejar un país, no justifican la ceguera ante la pobreza de algunas gestiones, ni es aceptable que únicamente se proceda a un recambio cuando ocurre un escándalo o un proceso judicial.

El gobierno promueve un tipo de política que hace que un ministro o un viceministro difícilmente perderá su puesto por mal desempeño, por ineficiencias o incapacidades, mientras mantenga la confianza y la lealtad (eso es justamente lo que se observa con el ministro del ambiente, blindado en el puesto a pesar del derrumbe en su cartera). Incluso cuando hay recambios ministeriales, nada asegura que tendremos a los mejores sino tan solo a quienes son más fieles, a los que si traspasan la ilegalidad serán más astutos en borrar sus huellas o en evitar que alguien los grabe a escondidas.

La política y la gestión encogida a esa emocionalidad lleva a que se la viva como enfrentamientos entre “amigos” y “enemigos”, “leales” o “traidores”. Se cae en la división. Lastimosamente, esto es alimentado por el presidente y sus seguidores, y a veces arrastra a otros integrantes de la coalición como a la oposición.

Es por razones como estas que, por momentos, el equipo gubernamental recuerda más a un grupo de pasantes que quedaron atrapados en haber metido la pata en la empresa familiar, y a tono con su inexperiencia e inmadurez, sucesivamente recurren a amistades para intentar ocultar una debacle. Un disimulo llevó a una mentira, y una picardía a otra mentira, y así sucesivamente. Si fuera una telenovela, sería el melodrama de los líos de los chiquilines en la empresa de papá y mamá, pero es dramático cuando esto ocurre con el manejo de todo un país.

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