Visita al monstruo

Parece ser que, a causa de la admiración por lo clásico que en algún momento histórico tuvo –y aún mantiene– cierta prevalencia entre los de su profesión, muchos arquitectos montevideanos de todas las épocas emplearon en sus construcciones el frontón. Tan así es que se lo puede ver, con su característica forma de tres lados, en los más variados edificios, desde sedes de entidades públicas o privadas a viviendas particulares, rematando una fachada, un pórtico, una ventana o una puerta.

Algunos presentan una gran parquedad en el uso de elementos decorativos anexos y se reducen a copiar el despojado triángulo isósceles que coronaba el frontispicio de los templos griegos y romanos. Otros, los que prefiere él, le agregan a aquella figura geométrica una variopinta ornamentación: guirnaldas de ramas y flores, escudos de diverso tipo, mujeres con más o menos ropas encima, melenudas cabezas de león, conchas de inspiración barroca, rollizos bebés desnudos…

Con frecuencia, mientras camina por la ciudad, su mirada, por lo general más pendiente de los frontis de las casas que del lugar donde pone los pies, se topa con alguno que le produce un particular placer estético. Tal es el caso del que, en su código personal, él llama el monstruo del frontón. Aunque no es el único de su género que ha hallado en sus vagabundeos, este le provoca cierta fascinación.

Algo tiene que ver en esto la sospecha de que ese curioso ser, en cuyo rostro se dibuja una expresión en la que se mezclan la burla, la sorpresa y la amenaza, tal vez, esté intentando comunicarles algo a los viandantes que, como él, transitan por sus proximidades.

La esperanza de comprender el arcano que oculta ese mensaje, entonces, explicaría el hecho de que, cada tanto, se dé una vuelta por el sitio donde habita la criatura.

(Ubicación: Avenida del Libertador 1643)

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