El escoger candidato para las presidenciales estadunidenses en 2024 parece que contará no sólo con figuras políticas controversiales de derecha, sino que adiciona al triunfador de esa contienda, al término del mandato (2028), el ser un anciano, en caso de vivir. Tanto el demócrata Biden -que cumplió en estos días 81años-, como el multimputado expresidente Trump -con 77 años- se perfilan como dominantes geronte-precandidatos de sus partidos. Lo del actual presidente y su política exterior -que me propongo hojear- es, sin duda, problemático.
Al inicio de la presidencia, con promesas de campaña encima, restañó el escenario que dejó lastimado Trump, empezando con uno de sus instrumentos en Europa, la OTAN, y luego la UE. En otro circuito, reingresó a los acuerdos de París sobre clima, también abandonados.
Paulatinamente se alejó de sus promesas de campaña y con el ideal conservador como norte se empató con acciones propias de republicanos, provocando entre sectores demócratas un periodo que engendró críticas ante la evidente impotencia para apartarse del antecesor en cuestiones de índole social, apoyado por un Poder Judicial -con tiempos laxos de actividad para sus miembros- integrado con conservadores desde la época presidencial de Bush padre.
En cuestión de política exterior es desde fuera de EE.UU. -teniendo en cuenta la naturaleza imperialista de gestiones demócratas y republicanas- que se ve claramente el accionar de la administración; un ejemplo: al estrechar el asedio del instrumento OTAN sobre Rusia (como fuerza dominante del disuelto Pacto de Varsovia y la pasada y presente rivalidad en la carrera nuclear), la invasión de Ucrania lo obligó a cambiar la estrategia para intentar contener y/o hacer retroceder a Pekín comercial y políticamente en los campos tecnológicos, mercantiles y militares.
En ese terreno, más allá de múltiples errores, como la retirada de tropas en Afganistán (muy criticada por devolver el poder a sus adversarios talibanes), se sumaron acciones sionistas y el intento de exterminio palestino en la Franja de Gaza. Actuando coherentemente con su pensamiento reaccionario, Biden – senador- había manifestado a la cámara en 1986: “Si el Estado de Israel no existiera, Estados Unidos tendrían que inventarlo para proteger nuestros intereses en la región… Israel es la mejor inversión en dólares que hacemos”.
Con el pretexto de acabar con Hamás, el gobierno sionista arrasa con los habitantes de Gaza y la Casa Blanca ya situó dos portaaviones, de otras tantas flotas, en las costas israelo-palestinas para apoyar a Tel Aviv (asociándose al régimen que practica un “apartheid”); lo seguirá dotando anualmente de 3 mil 800 millones de dólares (según un convenio vigente por el plazo de 10 años) y le acordó ayuda adicional por 14 mil millones. Después de 96 horas de alto el fuego, Yoav Gallant, ministro de defensa de Israel, gruñe que continúa la “lucha” contra “animales humanos”, mientras Netanyahu afirma que seguirá con el propósito de devastar Gaza.
De acuerdo con mis datos, entre la composición de la partida estadunidense están consideradas armas: bombas de pequeño diámetro, kits para municiones de ataque directo conjunto, proyectiles de artillería de 155 mm. y un millón de municiones de diversos calibres,adicional a lo que posee Israel como material bélico estándar (más sus 300 bombas termonucleares, afirmación de James Carter). Por ahora, EE.UU. y sus asociados de la OTAN deberán “atender” dos frentes bélicos mayores.
Una ponderación acerca del tiempo de Biden presidente, indican su derrota interna (sin mucho estrépito) donde los republicanos recuperaron una cámara del Congreso, limitando las acciones gubernamentales y deteriorando más la imagen del mandatario.
Las relaciones con AL, ausentes durante los primeros tiempos del gobierno, fueron retomadas con algunas iniciativas que van camino a su no ejecución. El expolio regional dejado de atender desde regímenes anteriores y el desinterés inicial de su administración, exponen de diferentes formas el declive de los dominios estadunidenses, ante lo cual Pedro Miguel (habitual colaborador de “La Jornada” de México) señaló que se debiera emprender “un viraje histórico en la relación con América Latina y el Caribe y asumir que el establecimiento de nuevos vínculos hemisféricos puede ser el fulcro que Washington necesita desesperadamente para remontar su declinación mundial en todos los órdenes, empezando por el económico.”
Si seguimos con el mismo Miguel, en sus propuestas de mayo de 2022 (muy justas, según un piadoso deseo político) analizaba: “Biden tiene ante sí la enorme dificultad de romper con los sectores más reaccionarios del espectro político -que son, a fin de cuentas, los trumpianos irreconciliables-, con el poderoso “lobby” cubano e incluso prescindir del apoyo de los demócratas más antediluvianos.” Por su parte, el uruguayo Antonio Elías calificó recientemente la propuesta: “Una nueva Alianza para el Progreso -como la de John Kennedy en 1961, después que Cuba se declarara socialista-, ahora para enfrentar a la penetración China, paso previo a impulsar una nueva Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que fue rechazada y detenida por los gobiernos progresistas en 2005”. Quizá el triunfo de Milei aliente a Biden, aunque se tiene al argentino como trumpiano.
A los dolores que inflige la competidora China con sus intercambios comerciales, inversiones y préstamos en AL y el Caribe, desde hace más de 15 años, se agrega una encuesta de octubre pasado indicando que Trump tiene cuatro puntos de ventaja sobre el presidente para 2024 -pese a los varios juicios sobre aquel- y los representantes republicanos dispusieron una investigación que apunta a los negocios de Hunter -hijo del presidente- y su tío, James Biden, en Ucrania.
Esta sinopsis nos da idea de cómo atraviesa Biden el periodo preelectoral desde donde se dirige el sistema occidental, sustento del imperio, ubicando a los latinoamericanos en su “acosado (por China) patio trasero”.
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